Amor en tiempos de cólera

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Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 21 junio 2009
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Amor en tiempos de cólera
Juan Alfredo Obarrio Moreno. Profesor Titular de Derecho Romano. Universidad de Valencia

Las tensiones entre el ciudadano y el Estado son un tema recurrente en la Historia de la humanidad. Un claro ejemplo nos lo aporta Sófocles en su tragedia Antígona, cuando Corifeo, para denunciar los peligros del poder absoluto, dice a Antífona: “el que está en el poder jamás quiere que ese poder se viole”, oponiéndose así a toda pretensión por divinizar el poder o de hacer de él la fuente de todo Derecho.

Tomando el ejemplo de Sófocles, si entendemos que lealtad hacia los poderes constituidos no puede ser incondicional, sino crítica, cualquier observador de la realidad que nos acontece puede llegarse a plantear si es lícito cuestionarse la positividad de una ley, a fin de poner en cuestión su legitimidad moral cuando ésta transciende del orden natural de las cosas, del Logos.

En este ámbito de reflexión cabe situar los recientes proyectos de ley sobre el aborto y la eutanasia que el gobierno que nos rige pretende impulsar, disociando –como advirtiera Cicerón-, el derecho de la recta razón, la vida del orden natural, la res publica del individuo y la conciencia del hombre.

Quienes creemos que las raíces del progreso y de la historia se hallan prendidas en la sacralidad de la vida, no podemos apoyar una ley que valga más que la vida, ni una ciencia que sustituya al hombre, de lo contrario estaríamos violentando nuestra propia conciencia, nuestra razón, la misma que nos lleva a afirmar –a diferencia de Descartes- sum, ergo cogito: soy, luego pienso, y que nos reafirma en la creencia en que sobre la vida o la muerte no se legisla, se vive y se siente –Primum vivere, deinde philosophari-.

Quienes la fe nos hace vivir mostrándonos que la vida, aunque se asiente en la razón, tiene su fuente en otro manantial, no debemos acallar nuestra conciencia, ni las conciencias ajenas, sino intentar demostrar, desde el respeto, que una ley errónea es, parafraseando a Unamuno, hija de la mentira, la misma que lleva a reiterar que el progreso de la civilización se acrecienta cuando se cercena la vida de un concebido y no nacido o que ésta se acorta para paliar el sufrimiento, como si el goce y el dolor no fueran componentes de una misma realidad, que siempre, por dolorosa que sea, merece ser vivida.

Ante la cultura del Carpe diem de Horacio, por la que se nos impulsa a hacer de la vida un culto a la sensualidad y a los goces lisonjeros, nuestra voz no puede convertirse en silencio, por lo que, si no queremos que se nos entenebrezca el alma, tenemos la obligación moral de reclamar que no se legisle desde la sinrazón y la oquedad afectiva para acallar la vida y anonadar las conciencias.

Por mi parte, sólo deseo poner paz entre mi corazón y mi cabeza, y a ésta no se llega sustantivizando y personalizando la Nada, sino a través del amor por la vida, aunque éste sea un amor en tiempos de cólera.