Calcuta en el corazón. Be Solid Calcuta 2011

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Juan Alonso Pérez-Barquero, estudiante de 3er curso de Medicina en la Universidad Católica San Vicente Mártir ha sido el organizador de la misión Be Solid en Calcuta. Una veintena voluntarios han pasado 19 días en la ciudad india donde las Misioneras de la Caridad de Madre Teresa iniciaron su labor y donde se encuentra la Casa Madre de la congregación. Desde hace décadas, las sisters reciben a voluntarios que solicitan ayudar en alguno de los centros que tiene por toda la ciudad: ancianos, enfermos, niños, huérfanos… Cuando el grupo de Be Solid llegó a Calcuta, cada uno ya tenía asignada su tarea. Éste es el testimonio de Juan quien asegura que “realmente cuando empecé a plantearme el viaje me resultaba totalmente impensable organizarlo para veinte personas y hubiera sido así si no se hubieran involucrado como lo hicieron. Lo cierto es que no fue organizado por una o dos personas sino que se volcaron muchas otras, además de los propios voluntarios: Pedro Sánchez, del El Corte Inglés, Enrique y Mª Angeles Fayos, del Teatro Olympia…”

 

Alejandro Sabater, Arancha Picard, Begoña Martí, Belén Martínez, Carla Aguirre, Carmen Fernández, Celia Rios, Mª Consejo Ortí, Iván Martínez,Jara Yuste, Lalo Perelló, Leonor Fayos, Marta Segura, Natalia Zanón, Patricia Santonja, Patricia García, Ramón Priego, D. Ramón Rodríguez y Rocío Mústienes son los voluntarios que junto con Juan han participado en Be Solid Calcuta 2011. 

 

Calcuta en el corazón

 

 “Calcuta es una ciudad que, por la experiencia que hemos tenido, por mucho que te cuenten y expliquen nunca estás preparado para lo que se te viene encima. Allí no ves ni gente rica ni pobre, allí lo que hay son distintos grados de pobreza. Pese a ello, paseando por la calle, puedes encontrar un inmenso edificio de Jaguar con guardias de seguridad vigilando el recinto. Te deja sin aliento la frialdad de la situación ya que, a un lado del muro, está la impecable tienda de coches y, al otro, madres e hijos viven, duermen y mueren tirados en la acera. Calcuta crea una sensación de impotencia al ver tanto por hacer, tanto que cambiar, tantas personas a las que ayudar y tan pocas posibilidades de hacer todo.

 Sin embargo, inmerso en la igualmente mísera que caótica Calcuta, le coges un inexplicable cariño a todo aquello que te rodea. Las calles con los incesantes pitidos del tráfico, los pobres a los que atiendes con todo tu empeño, las sisters (hermanas misioneras) de las que tanto podemos aprender, los voluntarios que durante un tiempo son tu familia. Y te das cuenta que allí, teniendo tan poco, no necesitas nada más.