Determinación y constancia

Determinación y constancia

Artículo publicado el domingo día 1 de mayo de 2016 en Las Provincias por Vicente Bellver Capella, Profesor Titular de Filosofía del Derecho de la Universitat de València.

«Cuando hacemos algo que  nos ha costado  esfuerzo, pero nos ha llenado de satisfacción, solemos decir que “ha valido la pena”. Así sucede cuando uno saca una oposición, culmina la maratón, sube una cima que se le resistía o se mantiene firme ante una propuesta de negocio jugoso pero deshonesto. En todos esos casos pasamos por distintos estados de zozobra: antes, durante e incluso al final de cada proyecto. Antes de  empezar, nos da miedo lanzarnos: tememos que nos fallen las fuerzas y fracasar. Una vez nos embarcamos en la empresa, el deseo de abandonar aflora con frecuencia. Y al acabar, tampoco las cosas están del todo claras: si alcanzamos el objetivo, corremos riesgos, como veremos más adelante. Y si no los conseguimos, sentimos como si el suelo despareciera bajo nuestros pies.

            Esta estructura dramática de la acción humana se manifiesta continuamente en el quehacer cotidiano. Por ejemplo, nos planteamos subir a casa por las escaleras para hacer ejercicio. Al llegar a la portería nos entre la duda: “menuda tontería” o “me voy a quemar, no estoy en condiciones”. Vencemos el temor inicial y comenzamos la ascensión. Durante el trayecto confirmamos que nuestros temores tenían fundamento: nos pesan los kilos de más y nuestras piernas están en baja forma. Pero al llegar al sexto piso, mientras abrimos la puerta de casa todavía resollando, pensamos: “no ha sido para tanto, ha valido la pena”.

            Lo mismo sucede cuando nos embarcamos en empresas de mayor alcance. Otro ejemplo. En 4º de la ESO nos llamó la atención estudiar Medicina y ser médicos. Nuestros padres trataron de disuadirnos: “Necesitas una nota media que es imposible que consigas”. Durante un tiempo sentimos vértigo mientras nos dudábamos sobre ladecisión. Al final, nos lanzamos a por todas. Pero a los pocos meses notamos que las renuncias pesaban mucho y los resultados apenas se veían. ¿No sería mejor dejarlo? Pero nos mantuvimos y finalmente conseguimos la nota que necesitábamos para entrar en Medicina. La peripecia, sin embargo, no había hecho más que empezar. Los años y los esfuerzos se sucedieron y, con ellos, las pequeñas derrotas y victorias. Estábamos convencidos de que lo importante era no cejar. Llegamos a descubrir que se podía gozar con   los   esfuerzos   de   cada   día,   incluso   cada   vez   que   nos   levantábamos  tras   un desfallecimiento.

            Tanto en las acciones cotidianas como en los proyectos que se extienden a lolargo de los años nos encontramos con lo mismo. Primero comparece el temor ante la decisión. Quien no supera ese miedo es incapaz de hacer algo que realmente “valga la  pena”. Su vida se queda estancada en un bucle melancólico. Pero no basta con ese instante de arrojo que nos lanza al mundo de la acción. Es imprescindible mantener el esfuerzo a lo largo del tiempo y a pesar de las dificultades. Señalaré tres especialmente amenazantes.

            La primera es el cansancio. Cuando uno lleva tiempo esforzándose y no alcanza el objetivo, siente la seducción del autoengaño que, como al zorro de la fábula, le lleva a decir: “¡Bah, las uvas están   verdes!”, esto no vale la pena. El antídoto es la perseverancia, la tenacidad. La segunda dificultad está en la impaciencia, que nos asalta de continuo y nos lleva al apresuramiento y la chapuza. Si estiramos una planta para intentar que crezca más rápido solo conseguiremos matarla. Todo lleva su tiempo y, según decía santa Teresa de Jesús, “la paciencia todo lo alcanza”. El tercer peligro es el miedo a las consecuencias adversas. Por ejemplo, si me comprometo en la defensa de una causa “políticamente incorrecta” me arriesgo a sufrir un estigma social. Ante ese tipo de dificultades, en las que la huida parece la mejor alternativa, hay que ser valiente y resistir.

            Como Ulises tuvo que vérselas con infinidad de penalidades hasta llegar a Itaca y reencontrarse con su esposa Penélope y su hijo Telémaco, así cualquier persona que lleva a cabo algo que realmente “vale la pena” acepta con determinación los sufrimientos de la vida. Y no piensa que sufrir sea alienante sino todo lo contrario. Es el camino que le lleva a la meta: “Per Aspera ad Astra” (A través del esfuerzo llega el triunfo).  La grandeza  de  nuestro  proyecto de vida  se  mide  por las  penalidades que somos capaces de soportar.

            He hablado del miedo a la hora de emprender proyectos y de los peligros que asedian su consecución  Pero ninguna narración concluye hasta que se produce el desenlace. En los proyectos que llevamos a cabo hay dos finales posibles: conseguir o no conseguir el objetivo. Cuando uno triunfa, se precipita si piensa que ya está todo hecho. El riesgo de aburguesarse, de “rutinizar el carisma”, en definitiva, de aburrirse de lo conseguido siempre acecha tras la esquina. Todo triunfo es prematuro y, si uno no renueva permanentemente la ilusión que impregna los primeros compases de cualquier empresa humana, puede reducir a cenizas hasta los logros más extraordinarios.

            Pero los triunfos en la vida no siempre se alcanzan o no solo dependen de uno. ¿Y qué sucede, entonces, si a pesar de los afanes y desvelos no llegamos a la meta? Por lo   general, la falta de resultados viene acompañada del abatimiento. Nos sentimos perdedores y concluimos que no “han valido la pena” todos los desvelos que llevamos a cabo porque no hemos conseguido el resultado. Pero si lo pensamos bien, nos damos cuenta de que no es así. Porque lo verdaderamente importante no es el resultado, que nunca podemos garantizar al 100%, sino el empeño personal por alcanzarlo. Si todo dependiera del resultado, ¿qué valor tendría la vida de un comercial que un mes no consigue los objetivos, de un opositor que no saca la oposición, de una médico que no salva la vida de su paciente, de un padre que ve cómo su hijo se echa a perder, de una profesora que no consigue que sus estudiantes aprendan, de un político que cosecha un desastroso resultado electoral? Pues si esas personas han hecho todo lo que estaba de su parte, su vida habrá merecido la pena aunque no hayan conseguido el resultado. La vida no tiene sentido en función de lo que pueda o no suceder mañana. La vida tiene sentido en cada instante porque, aunque las cosas que hagamos se proyecten hacia el futuro con la esperanza de un resultado, valen también por sí mismas.

            Cuando uno descubre que la maravilla de la propia existencia no está en los logros que alcanza sino en las metas que se propone y el afán con que las persigue cada día, deja de estresarse y pasa a disfrutar del momento. Porque descubre que la felicidad no está en función del resultado sino del empeño, no depende del azar sino del afán».