Artículo de opinión publicado en el diario Las Provincias el 19 de agosto de 2018 por Carmelo Paradinas, Abogado.
«Hace unas semanas se celebró el Día Universal de la mujer. Estas festividades reivindicativas tienen el claro sentido etimológico y jurídico, de recuperar algo que se ha perdido o, injustamente, nunca se ha llegado a tener. Y, después de tantísimos miles de años, resulta que la mujer no ha tenido aun su verdadera identidad y se ve en la necesidad de «reivindicarla», ahora, en el siglo XXI de la era cristiana, cuando la Humanidad es ya una ancianita. Caramba, esto es triste. Resulta que todas las mujeres de la Historia, las heroínas, las sabias, las artistas, las santas, la madre de usted y la mía, aun no se habían encontrado a sí mismas y pasaron por la vida como aquellos personajes de Pirandello, buscando un autor que les diera personalidad.
Obviamente, esto no pasa más allá de ser un engaño de desconocidas fuerzas que persiguen aun más desconocidos fines; y lo desconocido siempre es siniestro. Es engaño, porque escondidas bajo la blanca piel de la reivindicaciones sociales, salariales y laborales, se atisban las vellosidades de Dios sabe qué bichos sin etiquetar. Se propone el disparate de querer fundamentar la identidad de la mujer haciéndola coincidir con una identidad ajena, la del hombre. Triste, denigrante propuesta. Toda mujer inteligente encontrarárá su propia identidad en preeminencias de orden intelectual, cultural, científico y un larguísimo etcétera, incluída la de la delicadeza y belleza físicas, no en igualdades con un normalmente tosco, en ocasiones violento y no necesariamente inteligente espécimen masculino.
Mas no va por ahí el contenido de este artículo. Aceptando, como habitualmente se dice, «a solos efectos dialécticos», este artero planteamiento «igualitario», lo menos que se puede pedir a quien lo propone es un mínimo de lógica, sentido común y respeto.
Con carácter estelar en su programación del Día Universal de la Mujer, «La 2» de nuestros canales televisivos quiso proponernos un ejemplo señero de la excelencia de la mujer. Eligió para ello a una italiana, amante del dictador fascista Benito Mussolini. Se ve que no encontraron en toda la historia de España un ejemplo mejor. No se puede ni siquiera insinuar la defensa de una programación propagandista de un medio público a favor de sus ideologías políticas –aunque prácticamente todos los que llegan al poder acaban haciéndolo–, pero menos se puede admitir el ensalzamiento de posturas universalmente reprobables y reprobadas, como la promiscuidad, el menosprecio reiterado de la fidelidad conyugal, el ensalzamiento del fascismo como valor político y social, o el ansia desmedida de poder, posturas todas ellas centrales del referido documental.
«La 2» es un medio público de carácter cultural, formativo, que, habitualmente, lo hace muy bien. Somos muchos los que nos refugiamos en su programación huyendo de deplorables canales privados. Precisamente por eso me he decidido a escribir este artículo; si se tratara de uno de esos «canales basura», no me hubiera molestado. Esperemos que no llegue a convertirse en una especie de trampa saducea en la que, una vez encerrado el desprevenido espectador, reciba inesperadas proclamas que no esperaba encontrar. ¡No lo estropeemos!
Este tema de las reivindicaciones femeninas ha alcanzado cotas increíbles; en ocasiones, llegan a rebasar el sentido común. Se utilizan consignas populistas que, como tales, «el pueblo», utilizando más el corazón que la cabeza, vitorea como grandes hallazgos morales, sociales e incluso jurídicos. Para hacerlas digeribles, se encierran en fórmulas concisas, como eficaces píldoras. Se dan por firmes, indiscutibles. La más reciente y exitosa se refiere al rechazo de la mujer a una propuesta de relación sexual y es el paradigma de la concisión: «No es no», afirman con lacónica contundencia. Y tienen toda la razón. Como en tantas otras cosas importantes de la vida, la libertad de la persona para rechazar lo que no desea es sagrada. «No es no», sencillamente, sin necesidad de añadidos ni explicaciones. Pero en este caso concreto hay algo muy importante que precisar: cuándo decir «no».
La sexualidad humana funciona con cierta elegancia en su factor tiempo. A diferencia de otras especies, requiere un cortejo, una preparación afectuosa que solamente en su fase final desaparece casi por completo, dejando paso al animal que, en definitiva, somos. Es en esos primeros momentos afectuosos cuando el «no es no» de la mujer debe aparecer con toda su eficacia; llegados a la fase animal, no sólo pierde contundencia, sino que el hombre puede no entenderlo e incluso tomarlo como un incentivo del juego sexual.
Explicado en groseros términos coloquiales, una muchacha no puede pasarse una noche en la discoteca encendiendo como una falla a su pareja para, en el momento álgido, decirle que «no es no». Don Quijote lo explicó cuando dijo que «en los principios amorosos, los desengaños prestos son remedios cualificados». En los principios, no en los finales.»