EL DESAFÍO SEPARATISTA

EL DESAFÍO SEPARATISTA

Artículo publicado en el diario Las Provincias del domingo 21 de febrero del 2016 por Juan Alfredo Obarrio Moreno, Profesor titular de Derecho romano de la Universidad de Valencia.

“La Historia, como la vida, siempre nos sitúa, y cuando lo hace, nos enseña que muchos de los eslóganes que los políticos vierten tan a menudo, nada tienen que ver con la realidad. Un ejemplo claro lo hallamos cuando se analiza el desafío independentista catalán. Con absoluta falta de rigor, solemos escuchar que el incremento del separatismo se debe al inmovilismo de Mariano Rajoy. Nos lo dice el líder de la maltrecha oposición, Pedro Sánchez, el mismo que, por activa y por pasiva, afirmó que no pactaría con los populismos. No sólo pactó con el populismo de Podemos, pactó hasta con los chicos de la Cup. Así paga el PSOE el que el PP permitiera gobernar a Paxti López –gratia et amore-. Y nos lo recuerdan desde las filas del “tres per cent”, como les increpó Maragall. Es la gran farsa de la política. Es la gran mentira, una más, de los independentistas, que lo fueron siempre, porque nunca dejaron de serlo, porque nunca dejaron de traicionar a España. Un hombre bueno y sabio, un poeta grande como Antonio Machado lo dejó por escrito, en aquella inolvidable carta escrita a Pilar Valderrama, un jueves, 2 de junio de 1932, cuando se atrevió a criticar la proclamación de la República catalana por Francesc Macià, el 14 de abril de 1931. Esa misma República que ahora intentan reivindicar, pero que ellos la apuñalaron desde el primer día. El texto no deja la menor duda: “Razón tienes, diosa mía, cuando me dices que la República ¡tan deseada! –yo confieso haberla deseado sinceramente- nos ha defraudado un poco. La cuestión catalana, sobre todo, es muy desagradable. En esto no me doy por sorprendido, porque el mismo día que supe el golpe de mano de los catalanes, lo dije: ‘los catalanes no nos han ayudado a traer la República, pero ellos serán los que se la lleven’. Y en efecto, contra esta República, donde no faltan hombres de buena fe, milita Cataluña. Creo, con don Miguel de Unamuno, que el Estatuto es, en lo referente a Hacienda, un verdadero atraco, y en lo tocante a la enseñanza algo verdaderamente intolerable. Creo, sin embargo, que todavía cabe una reacción en favor de España, que no conceda a Cataluña sino lo justo: una moderada autonomía, y nada más”.

Seguramente el lector estará pensando lo mismo que quien escribe estas líneas: los mismos problemas que describió Machado, son el reflejo de la triste realidad que vivimos hoy en día. Nada ha cambiado. Y nada puede cambiar porque el discurso nacionalista es siempre resistente a la crítica o la mera confrontación con los datos que contradicen sus postulados. No importa demostrar que determinados hechos históricos no ocurrieron como el nacionalismo lo enseña, o que seleccionan del pasado únicamente los capítulos que más les conviene, y luego los reescriben a su gusto y antojo, como ese fantasmagórico reino catalano-aragonés, o ese Derecho uniforme que no tuvieron, como sí lo tuvo el Reino de Valencia. No importa hacerles ver la contradicción en la que incurren cuando proclaman las bondades del multiculturalismo, y luego, en su casa, aplican la más rancia y sectaria uniformidad lingüística y cultural que uno recuerda, o cuando invocan el inexistente derecho a auto-determinarse, pero no permiten el ejercicio de ese derecho a los habitantes del Valle de Arán. No importa que la población de cualquier territorio se conforme de una mezcla de grupos, culturas y de pensamientos políticos diferentes, porque para ellos, para los independentistas, éstos, los traidores, los herejes o los desafectos al régimen, no cuentan, no son parte de la Historia de ese Pueblo al que sólo ellos pertenecen, porque para eso lo han creado, lo han inventado.

Por esta razón, para los independentistas, España, el “Estado opresor” y su Constitución, están de más. De ahí que aunque se llegara a convocar un referéndum de auto-determinación, y lo perdieran, los nacionalistas, a través de sus múltiples redes clientelares y mediáticas, seguirían invocando ese inexistente derecho en sucesivos referendos. A esa misión mesiánica están llamados, y no piensan renunciar. Ellos son el Pueblo oprimido, aunque la verdad de los hechos diga que son el Pueblo intervenido: tienen para pagar embajadas, televisiones y para un sinfín de subvenciones carentes de sentido, pero no para subsistir, ni para pagar a sus deudores. Como han destacado Antoni Zabalza y Josep Borrell, la Generalitat y su entorno han decidido “prescindir de la realidad y llevar la imaginación al poder”, lo que ha reducido a Cataluña a una comunidad en quiebra política y moral, como lo demuestra el hecho de que de los firmantes del manifiesto de los 2300, intelectuales y profesionales que vivían y trabajaban en Cataluña, se tuvieron que ir, porque, como Albert Boadella, se atrevieron a censurar la situación cultural y lingüística que se vivía, como en el 31, en la Cataluña de 1981. ¿Qué ha cambiado? ¡Nada!

Y frente a este credo separatista, ¿qué hacer? Los hechos nos demuestran que haber cedido hasta la genuflexión no ha hecho nada más que incrementar sus deseos de secesión. Por esta razón me sorprende, una vez más, la propuesta socialista: crear una España federal, como si el federalismo pudiera ser la panacea. No lo han sido las autonomías, menos lo será el federalismo. Así se lo han hecho saber hasta la saciedad: buscan no ser españoles, pero tener nuestra nacionalidad, para así estar en la CE. Por esta razón, ante estos nuevos alquimistas, capaces de cuadrar el círculo, los partidos constitucionalistas deberían de hacer valer el respeto a la Constitución, a la Ley, y no mirar de soslayo ante las continuas y flagrantes violaciones a las leyes de educación o de materia lingüística que se están dando. Dialogar sí, pero dentro de la Ley. Porque sin respeto a la Ley, no hay Estado de Derecho, y sin éste, no hay Democracia, y sin ésta, no hay igualdad, ni solidaridad entre los ciudadanos ni entre las regiones.

Falta altura de miras. Falta compromiso con la Constitución y con la Ley. Falta una izquierda que no pacte con los separatistas. Falta una derecha que no se acompleje de sus principios y de sus creencias. Falta un gobierno que busque el diálogo –en la Ley–, pero que no se amilane ante quienes quieren dar “una suerte de golpe de Estado a cámara lenta”, como dijera A. Guerra; un gobierno que, como advirtiera Machado, no “conceda a Cataluña sino lo justo: una moderada autonomía, y nada más”. Quizá algo más. Pero poco más. De no hacerlo, a buen seguro el embrión del totalitarismo seguirá creciendo día tras día”.