Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 6 septiembre 2009.
El estudiante universitario de hoy: hablar en público
Aniceto Masferrer. Profesor Titular de Historia del Derecho. Universitat de València.
Resulta llamativa, en general, la dificultad del estudiante de hoy en hablar y expresarse en público. Es cierto que la tradicional lección magistral, basada en la explicación del profesor sin que el estudiante tenga conocimiento previo alguno sobre la materia a tratar, no facilita demasiado la intervención del estudiante. Sin embargo, quienes llevamos años empleando un método docente interactivo hemos comprobado que el mutismo sigue siendo la tendencia generalizada.
Tres suelen ser, a mi modo de ver, los motivos que explican la reticencia del actual estudiante universitario a intervenir públicamente (en el aula universitaria, lógicamente, no en la calle y entre gente conocida). En primer lugar, el miedo a quedar mal frente a los demás, ya sea por el desconocimiento de la materia o, en otras ocasiones, por su notable conocimiento y dominio, lo cual también sucede (a nadie suele gustar ser tildado de “empollón” o “empollona”, utilizando la expresión que ellos emplean). En segundo lugar, la inseguridad, pues el proceso de aprendizaje es complejo, como complejos son casi siempre los problemas que deben abordarse. Ortega y Gasset afirmaba, al respecto, que “un problema es siempre una contradicción que la inteligencia encuentra ante sí, que tira de ella en dos direcciones opuestas y amenaza con desgarrarla”. Es comprensible, pues, que este proceso de aprendizaje genere una inseguridad que no invita, de entrada, a exposiciones públicas. Y finalmente, la ignorancia, buena amiga y aliada de la apatía e indiferencia, constituye el tercer y último –o primero, según se mire– escollo que el estudiante debe superar para atreverse a intervenir en público.
Si el conocimiento de la realidad es un proceso complejo y, en ocasiones, “desgarrador”, generando en el estudioso una cierta dosis de inseguridad, parece claro que el remedio no pasa por el monólogo o la reclusión intelectual sino por un proceso de apertura y diálogo que lleva a contrastar con los demás lo que uno realmente piensa sobre las cosas, importando más el conocimiento o la idea de la realidad, que no la idea que los demás puedan tener de uno, no sea que, a la postre, no se conforme con la realidad la idea de lo que se estudia, ni la idea que los demás acaben teniendo de uno.
A mi juicio, la intervención y participación activa en clase constituye un medio o método de trabajo que permite reforzar precisamente las carencias aquí reseñadas, formando, en el estudiante (o estudioso), el hábito de reflexionar y razonar sobre los problemas, así como de expresarse con libertad cuando convenga, sea en la intimidad o en el foro público. Hablar en público constituye una herramienta útil, pues, para pensar y juzgar las cosas por uno mismo; a ser, en definitiva, uno mismo, y no lo que dicen o piensan los demás. Si es cierto que cada uno es, en cierto modo, lo que son sus ideas, es importante que estas ideas sean propias y no asumidas por ósmosis o mero contagio, esto es, sin reflexión crítica alguna, pues en este caso uno dejaría ser uno mismo para ser el otro o los otros, lo cual resultaría ciertamente incómodo (al llegar uno a sentirse ajeno a uno mismo).
No me resisto a transcribir aquí cuatro reglas o criterios que Ortega y Gasset recomendaba a la gente joven ya en 1928, cuya actualidad resulta indiscutible, también para gente adulta:
“1ª No hagáis nunca caso de lo que la gente opina. La gente es toda esa muchedumbre que os rodea –en vuestra casa, en la escuela, en la Universidad, en la tertulia de amigos, en el Parlamento, en el círculo, en los periódicos. Fijaos y advertiréis que esa gente no sabe nunca por qué dice lo que dice, no prueba sus opiniones, juzga por pasión, no por razón.
2ª Consecuencia de la anterior. No os dejéis jamás contagiar por la opinión ajena. Procurad convenceros, huid de contagios. El alma que piensa, siente y quiere por contagio es un alma vil, sin vigor propio.
3ª Decir de un hombre que tiene verdadero valer moral o intelectual es una misma cosa con decir que en su modo de ser o de pensar se ha elevado sobre el sentir y el pensar vulgares. Por esto es más difícil de comprender y, además, lo que dice y hace choca con lo habitual. De antemano, pues, sabemos que lo más valioso tendrá que parecernos, al primer momento, extraño, difícil, insólito y hasta enojoso.
4ª En toda lucha de ideas o de sentimientos, cuando veáis que de una parte combaten muchos y de otra pocos, sospechad que la razón está en estos últimos. Noblemente prestad vuestro auxilio a los que son menos contra los que son más” (Texto introducido en el volumen Nuestra raza, libro de lectura manuscrita escolar. Editorial Hispano-Americana, Reus, 1928).
Si el estudiante universitario en particular, y el ciudadano en general, procurara regirse por estos criterios gozaría de una libertad real de la que ahora carece, la sociedad alcanzaría una madurez inusitada, y la democracia cobraría una autenticidad y una vitalidad hoy inexistentes.