EL LEGADO DE BENEDICTO XVI: SOBRE LA RAZÓN AMPLIADA

EL LEGADO DE BENEDICTO XVI: SOBRE LA RAZÓN AMPLIADA

Jesús Ballesteros. Catedrático Emérito de Filosofía del Derecho y Filosofía Política (Univ. València)

«El hombre no puede hacer de la razón un simple instrumento, una simple herramienta. La razón no es como un destornillador o un martillo. “Es necesario reconocer que la razón no ha sido creada sólo para poder hacer, sino también para poder conocer las cosas esenciales de la vida”. Con estas palabras, Joseph Ratzinger subraya la necesidad de una razón ampliada. Con la razón el hombre ha de buscar un conocimiento más elevado, la sabiduría acerca de lo permanente y valioso. La necesidad de una razón ampliada es una de las claves del pensamiento del papa Benedicto XVI fallecido el pasado 31 de diciembre. Es la primera idea de las tres que me propongo abordar en una serie de artículos.

Reconocer o no esta razón ampliada es de la mayor importancia para valorar adecuadamente la Ilustración. Esta tiene un aspecto positivo (propugna el coraje del pensamiento), y otro negativo (le da prioridad al cálculo).

a) La buena Ilustración es la capacidad humana de hacerse preguntas, apoya “el coraje del pensamiento que no se deja vencer por ningún prejuicio”.

Para Ratzinger, esta sabiduría de la Ilustración tiene su base en la fe cristiana. Ya los Padres de la Iglesia comprendieron la fe como teología natural. Oponían la teología cristiana, natural, a la teología mítica, dentro de la que se encuadrarían las otras religiones de la Antigüedad. Los precedentes de la Iglesia no eran, por tanto, las otras religiones, sino la filosofía. La filosofía es la prehistoria de la Iglesia. Como afirma Ratzinger, “La racionalidad era condición y postulado del cristianismo –en cuanto permitía comunicar algo que pertenecía a nuestra naturaleza humana común– y permanece como una herencia europea para confrontarnos con el islam y las grandes religiones asiáticas”.

Esto hace que la fe cristiana no venga a sustituir la razón y la conciencia moral de los individuos, sino a apoyarse en ellas: “[f]ue una afirmación audaz de San Pablo propugnar que existe en todos los hombres la posibilidad de escuchar a la conciencia moral, en la cual habla el Dios único, desligándola del conocimiento de la torah”. La revelación cristiana no viene a sustituir el pensamiento. No lo sustituye por una serie de dogmas aceptados ciegamente, pues todos los hombres tienen acceso a la ley moral. “Los paganos llevan la ley escrita en su corazón —continúa san Pablo—, son para sí mismos ley”. La dimensión de cuán provocadoras eran estas afirmaciones en un contexto como el judío es difícil de ponderar, pero sitúan a que las escribe más del lado de la filosofía que de las religiones pre-cristianas que oponían razón y fe.

Entonces, ¿pensar no se opone a la fe? Ratzinger destaca de un modo muy contundente que no: “Lo que se opone a la fe no es el preguntar, sino el considerar la verdad como no alcanzable, o no digna de esfuerzo”.  La fe es razonable en la medida en que exige dar testimonio de aquello en lo que se cree, sin sustraerse al debate con los otros. Ratzinger llega a firmar que la fe defiende a la filosofía frente a los que pretenden llegar a afirmaciones absolutas para dominar el mundo. El saber de la revelación no excluye la necesaria “interrogación permanente” de la razón. Por el contrario, el cristianismo sigue vinculado en sus raíces a la filosofía griega: “En virtud de la primacía de la razón, el cristianismo sigue siendo hoy ilustración”. Esta buena Ilustración corresponde a lo que Martín Kriele llamó, en su libro, Liberación e Ilustración (1980), la “liberación a través del derecho” y, por tanto, la defensa de los derechos humanos, basados en la dignidad inalienable del ser humano, comenzando por la libertad religiosa.

b) La mala Ilustración es la Ilustración tecnocrática que margina a la sabiduría y busca sólo la certezasustituyendo la verdad por el cálculo. La certeza implica la “sinergia entre matemáticas y método empírico”, entre platonismo y empirismo. Esto produce a su vez el pesimismo de la inteligencia. Podemos conocer sólo lo que experimentamos, lo que somos capaces de repetir un indefinido número de veces y luego medir y contar matemáticamente. Esta razón, que se aleja de sus raíces, se descompone y fragmenta, proclama laredenciónpor medio de latécnica y tiende a ver sólo intereses y utilidad. Es una razón pesimista porque reduce la razón, la achica. Rechaza la verdad última y se entrega a lo que puede hacerse. Según esta razón tenocrática, es licitohacer todo lo que esfactible. Esta mentalidad se convierte así en una amenaza para el ser humano al “no reconocer límites en el dominio de la naturaleza y del ser humano”. Es un optimismo de la voluntad, porque puedo hacer lo que quiero gracias al conocimiento útil del que dispongo.

 No es casual que vaya unida a una idea de derecho “liberada” del bien común. Ratzinger comenta con San Agustín cómo la ciencia alejada de la sabiduría produce tristeza, al ceñirse al conocimiento de la finitud y del mal. El economicismo, más que la economía, merece justamente el calificativo de ciencia triste que se aplicó a ésta.

Para oponerse a la instrumentalización del ser humano que postula la razón meramente calculadora, es necesaria –según Ratzinger– “la aceptación del Logos como Alguien que está en el origen y es al mismo tiempo amor que sufre conjuntamente por la criatura”.»