El precio del silencio.
Pablo M. Cencillo Abad (Estudiante Lic. Física, Universidad de Valencia)
Unamuno señaló que “a veces, el silencio es la peor mentira”, pero nadie duda que peor que la mentira, y el silencio traidor, es la activa propaganda maliciosa. Y acaso en esto es en lo que se entretienen los que a día de hoy se reconocen, y reconocemos –no sin error- como los intelectuales o artistas.
Nunca me ha agradado el usar ambos términos para referirme a los del cine, los del canon, los de la SGAE, y más recientemente: los de la ceja. Y nunca me ha gustado porque, en verdad, el intelectual es aquel que se dedica “preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras”; y lo de artista, me parece, les viene grande. Por ello creo que, en puridad, el mejor término es el de farandulero.
Aclarado esto, podemos entender mejor ese silencio traidor y cómplice, ante los desmanes de quienes nos gobiernan. Efectivamente, nuestros intelectuales, nuestros faranduleros, no pueden dedicarse a la defensa del individuo, ni de sus derechos, por su propia naturaleza. Por el pacto tácito alcanzado con quienes les alimentan.
El silencio tiene un precio, y el precio es el de la subvención y el canon. En la cima de esta montaña de pagos por servicios del gobierno a sus secuaces, nos encontramos hoy con una ministra, González-Sinde. Ex-directora de la “Academia del Cine y de las Ciencias Cinematográficas de España”, esta señora acumuló durante su carrera casi 10 millones de euros en subvenciones a sus películas (14-04-09, El Economista).
El cine español, avant-garde de la cultura progre pierde espectadores sin tregua. En lo que va de año ya van 1,5 millones. Respecto a la recaudación la cifra es más irritante, y es que, las 174 películas producidas en España han conseguido menos de 81 millones de euros frente a los 85 millones obtenidos en subvenciones. Es decir, que las subvenciones superan a los ingresos. ¿Es buen precio por el silencio?
Pero para más inri, no es que los espectadores no se traguen sus bazofias y que aun así las tengan que pagar, sino que encima, sus contenidos pornográficos, ofensivos, sectarios, repetitivos y aburridos, insultan a la población que se niega a aceptar el chantaje de los defensores de la progresía y la supuesta intelectualidad.
Se lamentaba José Luis Sáenz de Heredia de que los nuevos directores y productores olvidasen lo que durante años se había hecho, y se dedicasen a reabrir heridas con ánimo revanchista. “Durante los cuarenta años del cine del franquismo los que lo hicimos tuvimos el buen sentido de no tocar nuestra guerra para zaherir ni para ensañarnos con los vencidos”. (“Nuestro Cine”, en “España diez años después de Franco (1975-1985)”, VV.AA.)
Pero ya no importa, el objetivo no es entretener, sino humillar, no crear o promover la reflexión intelectual y moral, sino manipular e imponer. Al fin y al cabo, para algo les pagan.
No podemos pues, extrañarnos ante el silencio o la traición activa de nuestros intelectuales y conciudadanos. Nos hemos escondido y creído su supuesta superioridad moral e intelectual. Durante años les hemos pagado, a sabiendas o ignorando, poco importa ya, que pagamos su silencio: mentiroso y traidor, pero efectivo.