Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 25 noviembre 2012.
El rescate español y la terquedad europea
Por Tomás Lorente
Ya son más de 240.000 millones de € el valor total de las salidas de capital de España en lo que llevamos de año 2012. Ha habido déficit, desconfianza generalizada, repunte de la prima de riesgo y crisis bancaria; motivos más que suficientes para que el inversor nacional y extranjero invierta en otros países. La mayoría de estos miles de millones han ido a parar a países del norte de Europa, con una solvencia y credibilidad mayor que la nuestra. Hasta aquí todo lógico pero, ¿han pedido los países del norte un rescate? ¿Les han sido impuestas condiciones para recibir el dinero que ha salido de aquí? Pueden parecer absurdas las preguntas y, sin embargo, ellos han sido receptores masivos de dinero de los países del sur, justo en el momento más complicado.
Pese a la desconfianza generalizada en un país con los datos de deuda y desempleo que tiene España, el principal motivo de salida de capitales ha sido debido a fallos en la arquitectura del euro. Es decir, en su diseño monetario, fiscal e institucional. Por mucho pánico bancario que haya en un país miembro, si Europa tuviera una unión fiscal y bancaria no habrían salido tantos miles de millones hacia países del norte. Esto se debe a que el inversor habría percibido que tiene el mismo riesgo estar en cualquier país de la zona euro. Como es comprensible, conseguir la unión plena lleva tiempo pero no hacer nada mientras tanto es un error. Consciente de esta problemática, el Banco Central Europeo (BCE) propuso hace tres meses una artimaña financiera sumamente ingeniosa. Mario Draghi, presidente del BCE, observando que en Europa no existe un Tesoro Único capaz de compensar los desequilibrios fiscales, derivados del hecho de que distintos países compartan una misma moneda, comunicó estar dispuesto a realizar intervenciones esterilizadas. Estas intervenciones, de manera resumida, consisten en sacar dinero de países del norte e inyectarlo en países del sur. De esta manera, una parte de los 240.000 millones de € que han salido de España volverían, estabilizando así la zona euro y suavizando la tensión social. El problema de esta propuesta es que el BCE sólo está dispuesto a intervenir de esta manera a cambio de que los interesados, España e Italia, pidan formalmente el rescate.
En efecto, tenemos un problema. Si para hacer que un mecanismo de estabilización, que en principio tendría que ser automático, funcione sólo tras una petición de rescate habrá que preguntarse si España puede permitírselo. Aunque necesitamos de Europa para que el dinero que salió lo vuelva a canalizar a los países del sur, el hecho de que haya que pedir el rescate y ceder soberanía hace que haya que replanteárselo por completo. ¿Tanto influye el hecho de que se tenga que pedir explícitamente? Como respuesta, nada mejor que referirse a un estudio sobre impagos de deuda soberana realizado sobre una muestra de 64 países de África, Europa, Asia, América del Sur y del Norte durante los años comprendidos entre el 1340 y la actualidad. ¿Saben quién lidera esa lista? De los países analizados, el que tiene más número de impagos o reestructuraciones de deuda a lo largo de la historia es España, en concreto 14 veces. En esto también somos campeones mundiales, que no se diga. No es de extrañar que esta sea otra razón más para intentar evitar la petición de rescate, ya que solicitarlo transmite a los mercados la incapacidad de pagar por nosotros mismos y, en términos de credibilidad, supondría el decimoquinto impago de nuestra historia. La credibilidad se construye a lo largo de décadas y un rescate cercenaría la nuestra, creando en el país rescatado un estigma difícil de superar durante mucho tiempo. No se trata de un problema político que sufra únicamente el Gobierno que pida el rescate sino un estigma para todo el país y sus ciudadanos.
Los rescates anteriores, aplicados a países como Portugal o Grecia, no han funcionado y principalmente han consistido en subir impuestos y recortar pensiones. Políticas que han hundido el consumo y han empobrecido a la población de los países rescatados. Si España acaba en el selecto club de los países rescatados también se verá obligado a recortar pensiones -la partida de gastos más grande del Estado, mayor de 100.000 millones de euros anuales, y la más fácil de ajustar-. La situación es complicada porque España necesita el dinero pero, al mismo tiempo, necesita evitar la petición expresa de rescate. Parece mucho pedir, pero lo que se considera tan utópico existe en EEUU y funciona de manera automática. Consiste en un sistema de transferencias fiscales, en el que los Estados perjudicados por compartir el dólar con otros Estados mucho más ricos y productivos son compensados en forma de ayuda financiera, sin que nadie tenga que pedir un rescate. De esta manera, Estados como el de Kansas reciben dichas transferencias anualmente de Estados más ricos, como el de Nueva York, sin que tengan que estar constantemente pidiendo rescates. Aplicado a Europa, no se trataría de solidaridad ilimitada para que los países del sur derrochen y malgasten el dinero sino de compensar desequilibrios que ocurren cuando países o Estados con distintos niveles de productividad comparten una misma moneda.