Esclavitud perenne

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Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 4 mayo 2014.

Esclavitud perenne por José Franco Chasán.

Últimamente se habla de que la esclavitud en los tiempos que corren, aún no se ha abolido y se oye mucho el término “esclavitud del siglo XXI” o “esclavitud en el siglo XXI”. Yo, trataré de hablar de un tipo de esclavitud que, no es que solo esté en nuestros tiempos, sino que, además siempre ha estado, y esperemos que en un futuro sea erradicada.

¿Cuál es la base de nuestra sociedad? Simple y llanamente, la economía. Bien sea la economía capitalista de las sociedades industriales, la economía social de mercado europea, la economía regida por los líderes comunistas o la economía de la época de los albores de los diversos imperios europeos (llevar la plata y oro de América a las naciones europeas). Da lo mismo; siempre es así, funcionamos de ese modo. Lo cual, en principio, supone un planteamiento acertado, lógico, coherente y básico. ¿Cómo vamos a alimentar correctamente a la población si la economía no va bien? ¿Cómo vamos a fabricar bicicletas y curar el cáncer si la economía no va bien? ¿Cómo vamos a comprar libros, hacer viajes o pagar la entrada de un museo si la economía no va bien?

Estuve jugando a un conocido juego de ordenador llamado Minecraft, el juego más interesante, si cabe, de todos los tiempos desde el punto de vista psicológico. Trata sobre la construcción de todo lo que necesites y sobre la supervivencia. En medio de la selva sin nada, empecé a construir una casa de barro, para refugiarme. Conforme los días pasaron, empecé a crear casas y casas… Castillos, salas de estar, de dormir, auxiliares, de defensa, subterráneas, en árboles, de arena, de lana, de madera, de piedra, de cristal, de hierro, de oro de diamante, etc. Cuando me quise dar cuenta, en ese juego estaba totalmente estancado. Estando así las cosas, lo comenté con unos amigos que ya habían aprendido a hacer miles de cosas muy interesantes; coches, ferrocarriles, una granja automatizada con animales e incluso estaban encontrando nuevos materiales y seres desconocidos pues habían encontrado la forma de construir la llamada “Nether” o puerta al infierno… ¿Qué pasó?

Resulta que yo podía hacer todas esas casas, podía edificar todos esos castillos, podía montar todas esas líneas defensivas, podía establecer todas las minas subterráneas que quisiera, podía construir todas las bases secretas que deseara, tenía el suficiente espacio para construir y podía erigir toda clase de edificios…Yo, simplemente, podía.

Luego, a esto precedió el aburrimiento, y seguidamente, surgió una inevitable pregunta: ¿realmente necesito todo esto? Había explotado los recursos al máximo (y no al límite, pues aun podría haber hecho más). Conté todo lo que había hecho: 6 castillos, 17 líneas defensivas, 22 minas subterráneas, 8 casas árbol, 5 casas de hierro, 3 de madera, 1 de lana, 54 apartamentos de piedra, 8 bases secretas, 9 casas alrededor de las diversas costas del terreno, y 1 pequeña casa en una isla alejada de la orilla. ¿Me hizo esto realmente aumentar el potencial para poder hacer un ferrocarril como mi compañero? No…Él lo creó, teniendo tan solo una casa (más bien pequeña) y una mina. La respuesta que me dio a la pregunta que le formulé acerca de por qué no construía más casas o agrandar la suya al menos, me dejó francamente sorprendido: “¿Para qué?”, respondió.

Se supone que la humanidad tiene un objetivo: ser feliz. Para ello, realizamos una innumerable cantidad de acciones: estudiamos para ser investigadores, para poder realizar un estudio, para poder probar su eficacia, para algún día hallar la cura al cáncer (salvando así a la pequeña Lourdes que se va a morir y solo tiene 7 años y se evita de este modo el sufrimiento a sus padres y familiares y se le concede la oportunidad de conocer la vida, con todas sus facetas y, lo más importante, permitirle algún día ser la cabeza de la diplomacia lunar que pueda evitar en un futuro una posible guerra entre EEUU, Europa y Rusia, por la colonización de la luna –léase Marte u otros lugares más o menos accesibles– para su exploración y explotación).

¿Para qué? ¿Para qué vas a construir 7 centrales nucleares en un país en el que, solo con 3, ya se obtiene una cantidad de energía que no solo cubre las necesidades, sino que en base a la población, ya excede ligeramente lo que es necesario?

Me acerco ya a dónde quiero llegar. La economía es la base de nuestra sociedad pero que sea la base no significa de ningún modo que tengamos que estar constantemente pensando en cómo hacerla feliz. La economía es algo que necesitamos para alcanzar un fin infinitamente más noble que el desarrollo de la economía misma (como puede ser que un sordo pueda oír, un niño haga su primera redacción o que un hombre adulto pueda tener una familia y disfrutar de ella cada día).

Tenemos que… ¡No! ¡Debemos someter la economía a nuestros fines de persecución de la felicidad! Abusemos de ella; utilicémosla en nuestro favor. Cojamos lo que es necesario de ella y luego, no le demos ni las gracias… Nunca le dejemos escalar en la pirámide social hasta superar a los nobles y reyes de esa pirámide (que somos nosotros, la humanidad). Pues ella no es importante, no tiene ningún derecho, está supeditada a nuestro interés. En definitiva, su vida no vale nada, la nuestra sí –y mucho–, pero nos degradamos si permitimos que ella domine nuestra existencia, y sus consecuencias son trágicas porque terminamos dejando a muchos sin lo imprescindible para una existencia digna. A la realidad que estamos viviendo me remito.

Es la “teoría del puercoespín”: la economía abajo (sometida) y, arriba de la misma, todo lo que queramos (conservar el planeta, fundar una familia, salir de fiesta, descubrir nuestra historia arqueológica, enamorarnos o curar el sida). En el momento exacto en que desarrollamos la economía más de lo que necesitamos, nos ha vencido. Nos ha vuelto a esclavizar sutilmente. Es lo mismo que con las presas de agua: en cuanto una mínima cantidad de agua consigue sobrepasar el borde del embalse, toda la estructura se debilita y se viene abajo… Lo mismo ocurre con el hombre y la economía. Es un límite que nunca debemos cruzar. Al igual que con un perro, hay que marcarle unos límites, con la economía también; yo el dueño (el ser humano) y, un poco más abajo, el perro (la economía), que está al servicio de las personas.

Sin embargo, nos cuesta aprender. La historia muestra que tendemos a vivir bajo la dictadura de la economía… ¿No es hora de que seamos nosotros los dictadores, y la utilicemos con un mínimo sentido de la mesura y de la solidaridad, buscando el bien común y sin excluir a nadie en todo el planeta, como sería lo propio en el mundo global en el que nos ha tocado vivir?