Estudiantes de Erasmus en Bolonia

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Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 16 mayo 2010.

Estudiantes de Erasmus en Bolonia
Por José Sarrión Gualda. Catedrático de Historia del Derecho. Universitat Jaume I.

Faltan más de 200 años para que nazca el humanista Erasmo de Rotterdam, pero nos encontramos en Bolonia a mediados del siglo XIII. Estamos deambulando por las calles de la ciudad y hemos dado con el Estudio General (en el futuro, Universidad); fundado por el Maestro de Artes, el monje Irnerio, que, dejando los rigores de la fría y húmeda Alemania, ha pasado los Alpes, atraído por la tibia Italia y los rescoldos de la cultura jurídica romana.

A través de las ventanas del estudio nos llegan las risas de los estudiantes de Derecho. Se trata, sin duda, de la lectura o explicación de clase del maestro Odofredo. Este discípulo de Accursio tiene fama de salpimentar la lectura y glosa de los textos romano-justinianeos con anécdotas vividas por los profesores y estudiantes. Llenos de curiosidad nos lleva también la imaginación a situarnos en medio del aula sin interrumpir las explicaciones de Odofredo ni la atención de la docena de estudiantes. En esos momentos está glosando un texto del Código de Justiniano, que versa sobre el fraude.

Después de aclarar su sentido, y tras una breve pausa, los estudiante advierten que el tono de la voz del maestro se hace menos solemne y más familiar. La anécdota está al caer y empieza así: “Juan Basiano puso un ejemplo a propósito del fraude que se le intentó hacer al antiguo maestro Alberico. Dijo así: unos escolares españoles invitaron a comer al maestro Alberico quien, como decía el maestro Juan Basiano, era aficionado a comer y beber en grupo. Sentados a la mesa el maestro Alberico y los estudiantes, éstos le servían al maestro un excelente vino tinto. El maestro Alberico dijo: este vino me parece un poco fuerte; mezcladle algo de agua. Los estudiantes, entonces, empezaron a mezclarlo con un vino blanco, que parecía agua, y emborracharon al maestro. Cuando lo vieron ebrio, le convencieron para que saliera por fiador de ellos, y para que les dejaran consultar sus apuntes.”

Así eran algunos de los estudiantes pícaros de la Edad Media. Pero no nos interesan ahora los orígenes de la picaresca, sino constatar que a Bolonia acudían estudiantes, en su mayoría clérigos, de todos los rincones de la Cristiandad. No había barreras lingüísticas. El estudio del latín, como paso previo a ingresar en la universidad, los incorporaba a todos al conocimiento y manejo de una lengua común, Además, en la universidad de Bolonia y en las que se fueron creando a su imagen, se estudiaban los mismos textos, ya justinianeos ya canónicos y con la misma metodología: la glosa y el comentario.

A aquellas universidades, acudían jóvenes animosos a quienes no detenían ni los infames caminos, ni las largas distancias con jornadas inacabables, ni las incómodas posadas con duros jergones asaltados por las pulgas.

Pasados unos años y versados en una ciencia jurídica común volvían a su tierra donde aplicaban sus conocimientos en tribunales, Consejos del rey, Cancillerías… sin que fuese para ellos ningún problema interpretar y aplicar los textos de su reino y de su ciudad que no habían estudiado previamente.

Vayamos ahora a la actualidad y hagamos algunas consideraciones sobre el espacio único europeo de educación superior (Plan Bolonia). Nos referiremos sólo al grado de Derecho. ¿Cómo podemos lograr un espacio común en el ámbito jurídico, ni siquiera español, cuando cada universidad ha elaborado su propio plan de estudios? Si estamos en un Estado con un ordenamiento jurídico común (dejemos ahora fuera de nuestra consideración el Derecho autonómico y el foral), ¿cómo pueden ser diferentes los planes de cada universidad?

Al elaborar cada universidad su plan de estudios jurídicos, centenares o miles de profesores han invertido, o mejor, quemado, mucho tiempo y ahora se plantea el siguiente dilema: si todas las universidades han coincidido en diseñar el mismo plan de estudios, el esfuerzo de tantos profesores ha resultado inútil, pues hubiera bastado que una comisión redactase un plan único para todas las universidades españolas. Si las universidades han llegado a resultados diferentes, peor todavía, porque los estudiantes recibirán una formación distinta, cuando los conocimientos que precisan deben ser los mismos.

Si tenemos dos niveles, el grado y el máster, ¿por qué no ha de ser el primero común a todas las universidades, y el segundo profundizar en la formación específica que la sociedad requiera en el ámbito de influencia de cada universidad? Queremos un espacio europeo común de enseñanza superior y no facilitamos siquiera el traslado de expediente de una universidad a otra. La diversidad de planes de estudio no puede justificarse por la autonomía universitaria que es un recurso o medio técnico para una mejor gestión y no un fin en sí.

Adaptemos algunas ideas de la Edad Media. Si el latín no puede ser la lengua común europea, habrá de serlo el inglés. No podemos volver a estudiar exclusivamente los textos romanos y canónicos pero tampoco podemos ir erosionando en cada plan de estudios la formación común europea, refugiada en el Derecho romano y en la Historia del Derecho, cuando ésta se centra en fenómenos generales a toda Europa (Feudalismo, Renacimiento jurídico, Derecho común, Ilustración, Constituciones y Códigos). Otras materias como el Derecho comparado europeo debería constar en todos los planes de estudio.

Estas reflexiones pueden parecer exclusivas del estamento universitario, pero la universidad no debe ser un coto cerrado, sino un ámbito abierto a toda la sociedad.

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