Fiesta y resaca de la democracia

Fiesta y resaca de la democracia

Artículo de opinión de Alberto Báez Gil. Abogado, publicado en el diario Las Provincias el 4 de septiembre de 2021.

«Todos hemos vivido, con mayor o menor intensidad, las noches electorales. Nos generan sensaciones de intensidad, incertidumbre, sorpresa, euforia y, en otras ocasiones, tristeza, decepción o rabia cuando los resultados no se ajustan a nuestros deseos y expectativas. En definitiva, una montaña rusa de sensaciones que se produce en cada convocatoria electoral.

Quizás por este motivo lo llamen la Fiesta de la Democracia. Y no es para menos: millones de euros invertidos en las campañas electorales, marketing, mítines, despliegues de cadenas de televisión, publicidad, audiencias, etc. Todo ello con el único objetivo de movilizar al mayor número de electores posibles y ganar las elecciones en base a un programa electoral.

A veces es tal la ‘borrachera’ que pensamos que la democracia es sólo la jornada electoral y depositar un voto para, sucesivamente, desaparecer de la pista de baile en una larga resaca de cuatro años. Y efectivamente, los ciudadanos son imprescindibles para que la fiesta funcione bien, pero se tiene la impresión de que el sistema democrático abandona al ciudadano a su suerte una vez que el convite ha concluido con el escrutinio electoral.

Esto lo vemos continuamente en todos los partidos políticos: incumplimiento de las promesas electorales, ataques constantes a los derechos y libertades de los ciudadanos, injerencias en el poder judicial, manipulación de los medios de comunicación públicos, etc.

Es verdad que no existe un modelo de democracia perfecta. Cada país la materializa según su propia historia y tradiciones: monarquía parlamentaria o república, forma de elección de la judicatura, elecciones o referendos continuos, constituciones progresistas o conversadoras, etc. Pero lo importante es hacerse la siguiente pregunta ¿hacia donde se dirigen las democracias del siglo XXI? ¿Está dejando de ser el ciudadano el centro de la Democracia?

Ciertamente, en la mayoría de las democracias, se aprecia un deslizamiento o una tendencia cada vez más peligrosa en donde, bajo la apariencia de democracia, se adoptan decisiones que atentan contra el propio Estado de Derecho y las libertades y derechos fundamentales de los ciudadanos. Basta con poner unos pocos ejemplos: reformas que atentan contra el derecho a la educación de los padres, presiones políticas al Tribunal Supremo y al Tribunal Constitucional, aplicación de un Estado de Alarma declarado inconstitucional, etc.

Igualmente, si miramos fuera de España también podemos observar las mismas tendencias: el sistema de elección de los jueces en Polonia, la inestabilidad política en Italia, las acusaciones de fraude en los procesos electorales de Estados Unidos o el auge de los populismos en la mayoría de los países europeos, entre otros síntomas. Esto pone de manifiesto que el ciudadano, poco a poco, está dejando de ser el centro de la democracia porque las instituciones que se habían creado para proteger los derechos y libertades de las personas están siendo erosionadas por la clase política nacida de los procesos electorales.

Sin embargo, aún estamos a tiempo de revertir la situación, siempre y cuando volvamos a reencontrarnos con los valores y principios que deben inspirar cualquier democracia y que, en las actuales circunstancias, las resumiría en cuatro puntos.

Primero. Los ciudadanos somos los protagonistas de la democracia y, en consecuencia, debemos ir más allá de votar un domingo cada cuatro años. Es necesario involucrarse en la vida social y política del país y exigir responsabilidades ante los gobernantes que incumplen sus programas electorales a través de las herramientas legales disponibles.

Segundo. Los partidos políticos deben cambiar las tendencias que se han ido generando en estos últimos años. En este sentido, se hace imprescindible el respeto absoluto al poder judicial y, si es necesario, cualquier reforma legislativa que garantice mayor independencia de la judicatura, alejándola de cualquier interferencia política.

Tercero. Respeto a los derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos. El Estado debe impulsar o reforzar leyes encaminadas a proteger la libertad de las personas en todos los ámbitos de la vida como, por ejemplo, en la aplicación correcta de la Ley en situaciones excepcionales, libertad de educación o de conciencia, el pago justo de tributos, etc.

Cuarto. Respeto a la diversidad y pluralidad de la sociedad. Los Gobiernos tienen que promocionar el respeto a la diversidad de opiniones, las diferentes formas de entender la vida que tienen las personas sin que esto suponga la marginalización de colectivos sociales, minorías religiosas, la censura o burla por parte de los medios de comunicación. En una verdadera democracia se convive y se respeta la diversidad y la pluralidad.

Estos cuatro pilares ayudarían a poner al ciudadano en el centro de la democracia. De lo contrario, se corre el riesgo de que el Estado se vaya deslizando hacia una pendiente cada vez más autoritaria, en la que la democracia quede arrinconada a una mera “fiesta” de los ciudadanos cada cuatro años cargada, eso sí, de sensaciones y emociones.

Aún estamos a tiempo de que los ciudadanos recuperemos el protagonismo de la democracia siendo conscientes de que la democracia es un bien que se tiene que cuidar todos los días mediante la participación activa de la sociedad, exigiendo a los gobernantes el respeto de las libertades y derechos fundamentales de las personas.»