Justo Aznar y el atractivo de la coherencia

Justo Aznar y el atractivo de la coherencia

Artículo de opinión de

Vicente Bellver Capella Catedrático de Filosofía del Derecho y Política (Univ. València) publicado en el diario Las Provincias el 11 de diciembre de 2021.

«Dice Javier Gomá que una democracia se sostiene gracias a “los ejemplos de virtud cívica, que presentan al yo una oferta de sentido… por la pura evidencia de su deber-ser realizado, interpelando a su conciencia para que se reforme con arreglo al modelo propuesto sin contravenir el principio moderno de autonomía moral”. Uno de esos ejemplos de virtud cívica es el doctor valenciano Justo Aznar, fallecido el pasado 29 de noviembre, quien presentó una oferta de sentido extraordinariamente atractiva tanto por su coherencia como por su grandeza. Creador del Departamento de Biopatología Clínica del Hospital La Fe, fue una persona muy reconocida no solo por el buen funcionamiento del Departamento que dirigió hasta su jubilación (1974-2006) sino también por los trabajos científicos que publicó en las mejores revistas de su especialidad. Ese afán por la excelencia profesional lo mantuvo cuando, tras dejar el hospital, pasó a dedicarse con igual intensidad a la bioética, a través del Instituto Universitario de Ciencias de la Vida de la Universidad Católica de Valencia, que él también creó. A partir de entonces publicó en algunas de las mejores revistas de bioética del mundo, abordando los temas más controvertidos del momento y ofreciendo posiciones que se abrían paso por la solidez de sus argumentaciones, aunque no solían coincidir con las corrientes de pensamiento más extendidas. De esta manera vinculó su espíritu científico con el compromiso cívico inquebrantable, que había manifestado desde su juventud, con la defensa de la vida de todos los seres humanos y, en particular, de los más vulnerables: los que todavía no pueden defenderse por sí mismos y los que ya no lo pueden hacer. Él estuvo en los inicios del movimiento Provida en España y, de hecho, dirigió durante muchos años la Federación de Asociaciones Provida. Él, que se sentía profundamente valenciano y español, estaba convencido de que la mejor manera de testimoniar su gratitud hacia su patria chica y a su patria grande era ejerciendo cada día como profesional competente y ciudadano comprometido.

Estas dos dimensiones públicas de su personalidad se sostenían en una vida personal y familiar extraordinariamente fecunda. Justo tenía muchos amigos y les quería mucho. Yo fui testigo primero de la amistad que forjó con mi padre. Luego tuve el privilegio de tenerle por amigo y casi, como él mismo me decía, como un padre. Son muchos los que pueden dar testimonio de vivencias semejantes porque en su corazón cabíamos muchos. Ese corazón tenía un centro y estaba integrado por su inmensa y extraordinaria familia: 10 hijos, 41 nietos y 17 biznietos.

¿Por qué durante años y décadas ese corazón latió cada día más enamorado y no dejó de dar frutos de vida familiar, amistad, buen hacer profesional y compromiso cívico? La respuesta tiene nombre propio: su mujer Vicen. Sin ella, me lo dijo en varias ocasiones, era incapaz de comprenderse a sí mismo. Pero es necesario aportar otra clave para dar con la respuesta completa, el Opus Dei. Justo conoció en su juventud el Opus Dei y a Vicen. El Opus Dei le llevó a descubrir el amor de Dios y la posibilidad de entregarse por completo a Él sin dejar el mundo sino, más bien, a través del trabajo, de la familia, en definitiva, de la vida ordinaria. Vicen fue la compañera de vida de esa aventura que les condujo, parafraseando a Benedicto XVI, a llevar su amor hacia las más altas cotas y la más íntima pureza, aspirando a lo definitivo en un doble sentido: en exclusividad —sólo esta persona—, y en continuidad —para siempre.

En tiempos inciertos, volátiles y crispados como los que vivimos, las personas ejemplares son anclas que evitan que las sociedades vayan a la deriva y naufraguen. Más aún, son las que, con su testimonio, orientan a las sucesivas generaciones y les inspiran formas nuevas y plausibles de afrontar los desafíos de cada tiempo. La primera condición para resultar ejemplar es la coherencia, virtud que no puja al alza en la actualidad y que, sin embargo, es el presupuesto de toda vida que valga la pena. Justo Aznar fue un modelo de coherencia: hasta los que discrepaban abiertamente de sus posiciones se la reconocían. Y, por eso, su figura resultaba tan atractiva para todo el que le conoció. La segunda condición es hacer propio un ideal que verdaderamente valga la pena. La prueba del algodón para saber si lo es o no es la fecundidad de quien lo encarna. En ocasiones puede parecer que esos frutos no se den, pero siempre acaban compareciendo. Vicen y Justo, unidos para siempre desde su juventud, hicieron carne y vida la conocida interpelación con la que San Josemaría Escrivá inicia su libro Camino, que tanto debió impactar en ellos la primera vez que la leyeron: “Que tu vida no sea una vida estéril. —Sé útil. —Deja poso. —Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor. Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. —Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón”.