LA BURBUJITA

LA BURBUJITA

Artículo de opinión publicado el domingo día 17 de noviembre de 2019 en el diario Las Provincias por Carmelo Paradinas, Abogado. 

Las personas acondicionamos la vida a nuestro alrededor para hacerla no sólo cómoda, sino placentera. Es un proceso que se inicia con nuestro nacimiento y se prolonga hasta el final de nuestra vida, un proceso acumulativo, desigual pero constante, más inconsciente que racional; acogemos en él no sólo lo que consideramos bueno, sino lo que otros nos dicen que lo es o puede llegar a serlo, pues en este punto la publicidad ha ganado un dudosamente respetable protagonismo. Creamos con ello una burbuja, la «burbujita» de nuestra vida, que como toda burbuja, es frágil pero hermética.

Anteayer, uno de esos días que con frecuencia Valencia nos regala de insoportable calor húmedo, me quedé sin aire acondicionado. Hube de regresar a la época de las ventanas abiertas buscando una pequeña corriente de aire fresco; hacía mucho tiempo que no vivía la experiencia y fue un «feedback», una recuperación de esas viejas vivencias a cuyo recuerdo tan inclinados nos hacemos con el paso de los años pero que, sorprendentemente, no suelen tener sabor amargo, sino agridulce, incluso menos agrio que dulce. Fue un recordar sonidos, ruidos -que no es lo mismo-, olores, sensaciones de todo orden no olvidadas, sino voluntariamente relegadas al mundo de lo indeseado. El sonido, el color, el olor y el sabor de una vida, en definitiva, que, tras muchos años de ser disfrutada, traidoramente hemos decidido que ya no nos gusta. Ahora preferimos nuestro aire acondicionado, nuestro hermético aislamiento en el mundo insonoro del ordenador e Internet, nuestro «yo conmigo mismo, en mi propia compañía», palabras que no por haber sido popularizadas por el entrañable Cantinflas, tienen menos enjundia que si se debieran a Thomas Mann.

Sin embargo, ese conjunto ahora indeseado de sensaciones, formó parte de nuestra vida en momentos en que nuestros menos años nos hacían también menos exigentes y no necesitábamos un aislamiento casi de «atmósfera cero». No necesitábamos construirnos una burbuja para estar a gusto y ser felices. Y como la felicidad -no me canso de repetirlo- es un personaje que viaja de incógnito, la encontraremos de forma sorpresiva y recurrente en recuerdos incómodos, duros incluso, de nuestro pasado.

Creo que a nuestras vidas les hemos ido robando, poco a poco, la poesía. Ahora tenemos menos aguante que en ningún otro momento de la Historia para mantener algo solamente porque es bonito o porque está haciéndose así desde siempre. La palabra «obsoleto» antes era desconocida fuera del ámbito técnico, ahora es de uso general constante: objetos de uso diario, sanas costumbres, relaciones afectivas entre personas, quedan obsoletas con gran rapidez y como estorban, van directamente al cubo de la basura.

El episodio de la avería de mi aire acondicionado me ha permitido vivir, en algunos momentos incluso disfrutar,  algunas cosas no diré obsoletas, pues ahí seguirán por mucho tiempo, pero ya muy inusuales, porque desde nuestras burbujitas existenciales, con sus paneles isonorizados, sus cristales dobles y acaso tintados y el persistente zumbido de nuestros aparatos electrónicos, ya nos pasan normalmente inadvertidas. Cosas tan dispares como el quejido de una radial en una lejana reparación urbana, el parloteo de un grupo de ciclistas que pasan, los gritos de los niños en un jardín cercano o el alegre canto de un mirlo diciéndole no sé qué a «su pareja de toda la vida», porque el amor de los mirlos nunca es obsoleto. Y, por qué no, el ronroneo del tráfico urbano, que es el sonido natural de la ciudad, incluídas las estridencias de las sirenas de ambulancias, policía y bomberos, que nos recuerdan que sin protección no hay poesía, porque el dolor nunca falta ni tampoco los seres incivilizados que confunden libertad  con libertinaje.

Pero, inevitablemente, la vida tiene que seguir su ritmo y con poesía o sin ella, todos nos hemos alegrado de la rápida recuperación de nuestro aire acondicionado. Así es la vida o, al meos, así la hemos hecho.