La dictadura de la emoción

La dictadura de la emoción

Alfonso Ballesteros Soriano. Profesor Ayudante doctor de Filosofía del Derecho Universidad Miguel Hernández.

«¿Vivimos una “dictadura de la emoción” (Byung-Chul Han)? Creo que hablar de dictadura, no solo es adecuado, sino que es el único régimen político que pueden crear las emociones. Eso sí, son dictaduras suaves —democracias, en apariencia—, porque se dice que la emoción libre da rienda suelta a la espontaneidad del individuo. Sin embargo, es justo lo contrario, es involuntaria y se manipula con facilidad. Tampoco todo lo que no es racional puede ser llamado emoción, hay también sentimientos, pasiones o afectos. El significado político de cada uno es distinto.

            Las emociones son magníficas para nuestra supervivencia que, en algunas circunstancias, requiere soluciones expeditivas. Si en nuestra casa hay un incendio mientras estamos en la cama es de agradecer que nuestro sistema nervioso se ponga en marcha para la huida —aumentando el pulso cardíaco y poniendo los músculos en tensión— sin consultárselo a la razón, demasiado lenta para una situación así. Las emociones producen en nosotros una reacción rápida y automática —no consciente—, ante un cambio en nuestra percepción. “Vivimos el impulso de nuestros instintos como el ser empujados ciegamente hacia algo” (Dietrich Von Hildebrand). No es de extrañar entonces que la palabra “emoción” proceda etimológicamente de mover, ser empujado. Mueve a una reacción que es básicamente de dos tipos; de huida —como en el ejemplo— o de acercamiento. La emoción —en cuanto reacción—, siempre nos lleva a actuar, a hacer algo. En resumen, las emociones son prerreflexivas, efímeras y reactivas.

            No son lo mismo que el sentimiento, parecen cosas completamente distintas en realidad. El sentimiento o pasión es algo que padecemos, pero carece de automatismo. Tampoco tiene porqué mover a hacer nada, no es reactivo. Aunque el individuo se vea afectado por algo y experimente un sentimiento, en muchos casos puede avivarlo o moderarlo según su criterio. Además, se puede reflexionar y contar una historia sobre él. El sentimiento se puede narrar. Por eso C. S. Lewis pudo escribir Una pena en observación al morir su mujer. A diferencia de la emoción, que es útil, sabemos que la pena tiene su belleza. La pena por el ser querido tiene su particular belleza porque nos recuerda que tenemos corazón. “Las respuestas afectivas —escribe Von Hildebrand— son voces de nuestro corazón […] en ellas está contenida toda nuestra persona”.

La emoción, el sentimiento y la razón tienen su papel en nuestra vida. Sin embargo, es indudable que hay una jerarquía entre ellas. La inferior es la emoción, que nos liga a los animales y está caracterizada por su automatismo. Por eso supone una mayor degradación basar la política o el derecho en las emociones que en los sentimientos. Si basamos estas cosas en las emociones las hacemos reactivas. Se fomentan políticas o leyes basadas en situaciones emocionales que producen repugnancia o aprecio en la opinión pública. Lo reactivo es inferior a lo que no lo es, porque está determinado por su causa. Por ejemplo, la venganza es reactiva porque no es más que un efecto de la causa que es el agravio recibido. El perdón es superior porque no es un simple efecto sino una acción distinta, que se desvincula del agravio recibido.

La comprensión de las emociones nos proporciona los rasgos de las nuevas formas de dominio digital. El matrimonio entre la psicología conductista y la ingeniería computacional da lugar al entorno digital. La psicología conductista se ha ocupado del estudio de las emociones para determinar la conducta humana, pero no se busca saber quién es el ser humano, sino la utilidad y el rendimiento del individuo. Y esto se logra mediante un conocimiento de su psique, de los movimientos automáticos de su cerebro. Sabemos que en un entorno natural la emoción no está siempre presente. Sin embargo, con la tecnología se crea artificialmente un entorno emocional en el que el individuo está siempre asediado por estímulos. De hecho, el entorno digital se adapta como un guante a la producción de emociones —sus características coinciden con las de estas—: carácter prerreflexivo, velocidad, automatismo, carácter efímero o afianzamiento por repetición. El resultado de la exposición a este entorno es la pérdida de la capacidad de atención, la superficialidad, el estrés y el nerviosismo. Además, lo digital se basa en la personalización de la realidad para cada individuo con objeto de agradarle. Se trata de una dictadura suave, embaucadora. Esto hace de la verdad o la falsedad nociones obsoletas, reemplazables por nuestros propios gustos. Y al tiempo que esto trae consigo un narcisismo atroz que vuelve al individuo impermeable a la realidad, tiene como resultado la polarización política. La verdad sobre los hechos —el último bastión de nuestra conciencia de comunidad política una vez desaparecido cualquier ethos común— es socavada por el orden digital.»