Artículo de opinión publicado el 11 de agosto de 2019 en el diario Las Provincias por Carmelo Paradinas, abogado.
«En las mitologías de las más antiguas civilizaciones, las grandes fuerzas naturales, representadas por adalides dotados de extraordinarios poderes, imponen a los pobres humanos sus condiciones de vida. A la postre, esas fuerzas y esos adalides acaban siendo identificados como agentes, en el literal sentido de la palabra, de los dos grandes antagonistas universales, el Bien y el Mal. Según quien sea el autor de la historia, serán situados los buenos y los malos.
Entre esas fuerzas naturales antagónicas que determinan la vida de los mortales, destacan la luz y la oscuridad. El gran libro de la cultura judeo cristiana, la Biblia, tomó inmediato partido al respecto. «Fiat lux», hágase la luz y la oscuridad quedó no derrotada, sino coyunturalmente postergada, pues hoy sabemos que en el infinito Universo no reina la luz, sino la oscuridad absoluta. Pero, a partir de ese momento, los buenos fueron «los hijos de la luz» y los malos «los réprobos de las tinieblas».
En la actualidad, los mitos y las leyendas no cuentan, pero la productividad sí. Entiéndase por productividad la capacidad del ser humano de aumentar sus beneficios manteniendo e incluso disminuyendo los costes. Me imagino al cómitre de galeras acariciándose la barbilla con la empuñadura de su látigo mientras cavila cómo aumentar los golpes de remo al tiempo que disminuye las raciones de comida.
Una importante polémica de nuestros días ha surgido en el campo laboral en este enfrentamiento de la luz contra la oscuridad: cómo distribuir la jornada de trabajo. Las autoridades del ramo parecen estar de acuerdo en que el trabajo debe realizarse, con prioridad absoluta, con luz natural. En realidad, debería suprimirse la expresión «luz natural», pues no hay otra. La artificial, como su propio nombre indica, es un sucedáneo. Pero un sucedáneo de tal categoría que el problema ha de contar con él como tercero en discordia: oscuridad, luz natural y luz artificial. Hace poco más de un siglo, esta división tenía relevancia, pero la tecnología actual la hace no sólo relevante sino decisiva.
Ya en pleno siglo XXI, creo que hemos de actualizar el concepto de «luz artificial» a los efectos que en este artículo nos ocupan. Hace cien años se entendía por ella la energía eléctrica capaz de iluminar nuestros hogares y mover nuestras industrias. Esa energía eléctrica procedía, básicamente, de la fuerza generada por la caída de grandes masas de agua. Los propietarios de ese, en principio, elemental proceso generativo y distributivo estaban contentos –se «forraban»– y los usuarios recibían un servicio de calidad razonable. Todos satisfechos.
Un breve apunte histórico. A caballo entre los siglos XIX y XX, este tema de la electricidad estaba en manos –quepa el lugar común– de dos gigantes: Thomas A. Edison y Nikolai Tesla. El primero, empresario nato, buscaba su beneficio económico; Tesla, misterioso científico, soñaba con una energía eléctrica universal y gratuita. No soy amigo de elucubrar sobre lo que fue y no fue y pudo o debió ser, porque son, en definitiva, adivinanzas, pero la realidad es que la idea de A prosperó y la Humanidad tiene que pagar de su bolsillo la energía eléctrica que consume.
Y el tinglado ha adquirido proporciones descomunales. Nuevas fuentes de electricidad como la energía atómica, el viento o la propia luz del sol, nuevas empresas multinacionales de comercialización y distribución… Todos buscando su margen de beneficio que, multiplicado por millones y millones de unidades, se convierten en miles y miles de millones de dólares, euros, yens o lo que sea, pues aquí todos los cucharones convergen.
Yo puedo ser un malpensado pesimista, pero no puedo evitar ver en el fondo de la polémica sobre los horarios laborales estas consideraciones macroeconómicas que en este, como en otros muchos aspectos, mueven el mundo. No puedo evitar seguir viendo al cómitre de galeras que, en vez de látigo, maneja ahora potentísimos ordenadores.
Y que nos dejen en paz de milongas sobre los beneficios de aprovechar la luz del sol y disponer de más tiempo para la vida de familia. Ningún poder político prospera con estas consideraciones.»