Los eufemismos y el lenguaje políticamente correcto

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Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 10 octubre 2010

Los eufemismos y el lenguaje políticamente correcto
Por José Sarrión Gualda. Catedrático de Historia del Derecho. Universidad Jaume I.

El lenguaje, que debe ser el medio de comunicación humano más importante, puede ser utilizado para tratar de ocultar la realidad. Encontramos un tristísimo y sangrante ejemplo en la ley del aborto que entró en vigor recientemente. Se llama algo así “de la salud reproductiva” ¡Qué poco tiene que ver con la reproducción el derecho que se concede a la madre para eliminar el feto que lleva en sus entrañas! No siempre el lenguaje oculta propósitos inmorales, como en este caso, y hablemos de otros menos trascendentes.

Hay tres razones o pretextos para no llamar a las cosas por su nombre: el tabú, el eufemismo y el llamado lenguaje políticamente correcto. Prescindamos ahora del primero y fijémonos en los otros dos.

El eufemismo es una figura retórica con la que cubrimos con una especie de velo una realidad demasiado cruda, hiriente o desagradable. Pero ese velo, a medida que se utiliza, se va desgastando, es preciso sustituirlo por otro cuando adquiere un sentido peyorativo.

Desterrados desde no se sabe cuándo los vocablos idiota e imbécil, para aludir a las personas que no gozaban de suficiente capacidad mental, hoy puede sorprender que los niños de esta condición se educasen hasta los años 70 en las llamadas todavía escuelas de subnormales. Supongo un poco frívolamente que el día que un niño le espetó a otro: “eres un subnormal”, este vocablo ingresó en el catálogo de los insultos. Se fueron desgastando rápidamente otras palabras de recambio (deficiente, disminuido, físico o psíquico, minusválido) y ahora utilizamos la de discapacitado, definido por la RAE como minusválido.

Los eufemismos para ocultar defectos humanos, sean siempre bienvenidos, pero los injustificados e innecesarios tienen frontera con la cursilería y ridiculez. Sustituimos la palabra cárcel (seis letras) o prisión (siete) por establecimiento penitenciario (de veintiocho). Creo que el que está privado de libertad no siente ningún alivio por esta innecesaria rotulación “kilométrica”.

Estos cambios nominales entre el eufemismo, la cursilería y el lenguaje políticamente correcto están recargando el lenguaje con innecesarios circunloquios. La palabra maestro, envidiado apelativo al que aspira todo profesor universitario, se la arrebató la LGD de 1970 al de primaria y le llamó profesor de EGB. Con el cambio de nombre no se borró el recuerdo de bajos sueldos ni de las privaciones. Lo que comenzó a aliviar la situación de los maestros fue la paulatina pero progresiva mejora de sus emolumentos. Con la sustitución del etiquetado, no se cambia la realidad.

Pongamos dos ejemplos de lenguaje políticamente correcto (otro circunloquio) referido al color negro y a la mujer. Hay que evitar a toda costa la mención del color negro de la piel de gran parte de la humanidad. Si un negro vive en USA, habrá que llamarle afro-americano. Si en África, subsahariano. Por la misma razón todos los europeos, vistos desde África somos norsaharianos. Creo que ese término denota una ignorancia (no tratamos de averiguar el país africano concreto de esa persona), una desconsideración (nos da igual su país de origen) y casi un desprecio (el color negro no es tan digno como el blanco para tener que evitarlo).

La justa equiparación entre el varón y la mujer, que el lenguaje políticamente correcto quiere testimoniar, es también causa de recargar el discurso por tener que expresar siempre los dos géneros. En otros casos se roza la incorrección gramatical. Un ejemplo: se forma y fuerza el femenino de algunas palabras en las que bastaría anteponerle el artículo. Debería decirse la juez, no la jueza porque la z no es terminación del masculino; las palabras terminadas precisamente en z son predominantemente femeninas (emperatriz, actriz, institutriz). Ni siquiera la terminación en a denota sólo y siempre el femenino (atleta, poeta, esteta).

La lucha contra la discriminación de la mujer no puede llegar hasta corregir los refranes, cambiar los protagonistas de los cuentos o manipular los textos históricos. Si en los casos anteriores hay alguna expresión de discriminación, lo que se debe hacer es criticar el texto, pero dejarlo tal como fue escrito. Si el rey Alfonso X El Sabio dice en Las Partidas que la mujer es de natural avariciosa, habrá que reprocharle que en este caso se equivocó, porque el egoísmo es propio del ser humano en general.

Lo importante es trasformar la realidad injusta y luego el lenguaje dará testimonio y expresión ajustada de ese cambio. Si queda algún supuesto de discriminación entre el varón y la mujer, tiene que eliminarse. Las naciones europeas, que se repartieron África y la explotaron, están obligadas a reparar las injusticias que cometieron y no es necesario empeñarse tanto en evitar la referencia al color de la piel de sus habitantes, del que, sin duda, los africanos están orgullosos.

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