PAGO RETARDADO

PAGO RETARDADO

Artículo de opinión publicado en el diario Las Provincias del domingo 25 de junio de 2017 por Carmelo Paradinas, Abogado.

«A nuestros efectos,  hay un período decisivo en la Historia Mundial que, a partir del fin de la Guerra Civil española en 1939, abarca la Segunda Guerra Mundial, la denominada «Guerra Fría» y concluye con la caída del Comunismo. Se caracteriza por una generalizada y constante situación de guerra efectiva, post guerra, guerra fria -o sea, sin bombas-, e incluso «preguerra». Tremebundo.

Lo millones de españoles que hemos nacido dentro de ese período hemos de dar gracias a Dios por habernos librado de los horrores de otra guerra. Documentos escritos y gráficos, escalofriantes y fieles recreaciones cinematográricas y, sobre todo, los directos testimonios de los supervivientes, nos permiten afirmar que la guerra es el mayor mal que puede acontecer a un país. Por las edades que los componentes de ese amplio colectivo vamos teniendo ya y el panorama general del ámbito geográfico en que nos movemos, las posibilidades de que vivamos un conflicto bélico parecen remotas, aunque la imaginación del ser humano para complicarse la existencia parece no tener límites, y su demencia para resolverlo por la vía de la violencia tampoco.

Durante estos, más o menos, cuarenta años hemos podido sortear estas peligrosas proximidades, amen de otra no menor, privativa de nuestro país, cual fue la transición a la democracia tras un largo período dictatorial. Los agoreros, los pesimistas y muchos que no éramos ni lo uno ni lo otro, esperábamos con el ánimo encogido ese cambio. Se impuso el sentido común y, acaso en ese momento más que nunca, volvimos a dar gracias a Dios porque no pasó nada.

Pero creo que ni los más ilusos pudieron pensar que ya todo estaba resuelto y jamás habría que volver a pensar en ello. Guerra civil y dictadura dejaron muchos temas en el aire y, lo que es peor, heridas sin curar o cerradas en falso. Ni esas antiguas heridas ni su insuficiente cicatrización pueden considerase por sí solas causa de nuestros males actuales, pero qué duda cabe de que están siendo poderosos catalizadores y, con cierto efecto de bomba de espoleta retardada, en no pocos aspectos la situación nos está estallando en las manos.

En los últimos años se han producido dos fenómenos mundiales sin precedentes. El primero, la «globalizción», el salto, más allá de toda frontera, de los problemas propios de un país o cultura. Porque las alegrías no saltan fronteras para ser compartidas, pero los problemas sí. El segundo fenómeno ha sido el nacimiento de un populismo que, de la mano de postulados radicales, ha acabado cristalizando en nuevos partidos políticos de un estilo totalmente diferente a los conocidos. Mejor dicho, sin estilo, pues conscientemente renuncian a él.

Si buscamos para ambos un denominador común, lo encontraremos en que son dos fuerzas arrolladoras. Los últimos atentados terroristas del extremismo islamista han tenido por víctimas a países europeos pioneros en acoger la globalización. Están pagando, increíblemente, su buena disposición a acoger a quienes, en alas de una en aquellos momentos incipiente globalización, buscaron refugio en su casa. Al menos externamente, España no parece, hoy por hoy, temer los efectos de «tsunami» que tendría para nosotros la asociación de estas dos fuerzas.

Para nosotros el problema -grave problema, ciertamente- sigue siendo aquella división de «dos Españas» que, como profetizó Machado, había de helarnos el corazón. En idioma político, podemos decir que todos los países europeos tienen dos o incluso más personalidades nacionales o políticas capaces de helar el corazón de sus súbditos. Pero en este aspecto, como en otros tantos y no todos positivos, «España es diferente».

Aquellas no cerradas heridas siguen teniendo feo aspecto. Nuestra guerra acabó hace setenta y ocho años, quienes en ella participaron están muertos, sus ideologías más significadas, desaparecidas… pero el rencor y  el revanchismo impiden los frutos de un correcto juego democrático que otros países de correcta madurez política, no sin esfuerzo, obviamente, vienen disfrutando.

Efectivamente, en ese período de tiempo hemos sorteado el peligro de una nueva guerra, pero seguimos pagando la factura de la que nos asoló entre 1936 y 1939. Y nos preguntamos hasta cuando.»