Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 8 enero 2012.
Piedras a nuestro tejado
Por Carmelo Paradinas. Abogado.
Hace un par de días llegó hasta mí ese dichoso comentario, que ya casi tenía olvidado, de que los españoles, cuando salimos al extranjero, somos reconocibles por nuestra mala educación y las voces que damos. En España recibimos constantemente a ciudadanos de todo el mundo; muchos de ellos hablan a gritos y no tienen mala educación, sino que carecen de ella. Y ni se identifica por ello su país ni creo que, cuando regresen a él, se dediquen a comentarlo como un defecto nacional. Pocos ciudadanos habrá tan dados a tirar piedras a su propio tejado como los españoles. Lo que antecede no pasa de ser una anécdota, pero es exponente de nuestra actitud autodestructiva en otras cuestiones mucho más importantes.
En el momento actual es tabú mencionar muchos nombres o acontecimientos gloriosos de nuestro pasado histórico, desde los íberos hasta el siglo XIX, más o menos, como si hubiera un vergonzoso secreto de familia que no se debiera mencionar. Los sucesivos gobiernos socialistas, valedores de esta situación, se han encargado de suprimir de los libros de texto la mayor parte de esos nombres y acontecimientos, lo que ha llevado a nuestros jóvenes, sobre todo los procedentes de la enseñanza pública, a una trágica incultura histórica. Los norteamericanos, que adoran todo lo suyo, tienen apenas tres siglos de historia. ¡Cuánto darían por la nuestra, de más de dos mil años, y en la que también por miles se cuentan héroes, soldados, reyes, sabios, artistas, santos…!
Aunque a muchos nos fastidie reconocerlo, los políticos de izquierdas españoles tienen un innegable poder de anticipación y una picardía que les hace magníficos pescadores en ríos revueltos. En nuestra historia reciente tenemos dos ejemplos relevantes: la proclamación de la Segunda República en 1931 y las elecciones generales de 2.004, tras los trágicos sucesos del 11M. En el primer caso, aupando al poder a la república apoyándose en unas elecciones municipales cuyo cómputo global les era desfavorable, sin esperar –por si acaso– a su legítima conclusión y que no eran, en modo alguno, un referéndum sobre la continuidad de la monarquía. El segundo caso está presente en nuestra memoria y me creo relevado de todo comentario. Tanto en 1931 como en 2004, la derecha en el poder –más o menos derecha, la de 2004–, demostró una imperdonable incapacidad de reacción e incluso cobardía.
Por esa picardía y anticipación, la izquierda se ha autoconstituido “etiquetadora” de personas, grupos y tendencias. Y como el que parte y reparte se queda con la mejor parte, ellos se han colocado la etiqueta de “Progresistas”, reservando para la derecha la de “Conservadores”, que, por contraste, se traduce como “Inmovilistas”. Y de nuevo, la derecha ni ha pestañeado ante esta argucia, aceptando, en remedo de la famosa frase de Unamuno y aunque no sea más que a nivel semántico, “que progresen ellos”.
Pero una cosa es ser pícaros pescadores en ríos revueltos y otra muy distinta gobernar. Y los socialistas han demostrado, y siguen demostrando, ser más ineptos para esto que pícaros para aquéllo. Su ‘progreso’ nos ha llevado a la cola de Europa y de los países desarrollados, con un empobrecimiento real que todos notamos en nuestro bolsillo, millones de parados, empresarios que tiran la toalla y juventud desesperanzada.
Mas no quiero engañarme ni inducir a nadie al engaño. El progreso que los socialistas buscaban y prometían no era de orden económico, sino de orden ideológico y social, basado en teorías de izquierda radical, materialista, amoral y atea, gestionadas con un ni siquiera disimulado rencor revanchista. Pensarían, supongo yo, que el progreso económico vendría luego, como consecuencia natural, pero, como era de esperar, se equivocaron y sólo nos ha quedado la parte vergonzosamente demagógica de su proyecto. Pero esa ideología de base para el progreso socialista choca frontalmente con los fundamentos históricos de España, su sentido moral, su concepto de nación y sus raíces cristianas; por eso estorban y hay que eliminarlos… Ese es el “secreto de familia” a que yo me refería al principio y que los gobiernos socialistas a toda costa quieren olvidar y hacer olvidar.
El eminente psiquiatra Víctor Frankl, considerado creador de una nueva escuela de psiquiatría vienesa, judío de origen y superviviente de Auschwitz y Dachau, escribe sobre el valor que el pasado tiene para los hombres: “La posibilidad que se nos ofrece ‘hic et nunc’ la tenemos proyectada en el pasado. De hecho, el pasado es también una forma de ser, quizás la forma más segura. En la existencia pasada, está lo que hemos realizado, actuado, conservado en sentido hegeliano, custodiado. Lo hemos puesto en depósito en un ámbito inmune a la transitoriedad. (…) Aquello que ya ha sucedido no puede ser anulado. Nadie podrá desposeer a los hombre de lo que han vivido, sufrido o soportado. No se puede anular nada de lo que han hecho o cumplido”.
He querido traer esta cita por el prestigio profesional y la obvia imparcialidad política y religiosa de su autor, pero, en cualquier caso creo que a nadie sensato y bien nacido se le oculta que en el devenir de las naciones, como en el de las familias y en el de las personas, ignorar su pasado y sus raíces –y mucho más renegar de ellos– es forma segura de perder para siempre la propia identidad.