Artículo de opinión publicado en el periódico Las Provincias el 29 de octubre del 2017 por Carmelo Paradinas, Abogado.
«Hace algún tiempo apareció en televisión un spot, que aun persiste en estos momentos, por el que se nos da a conocer la existencia de un organismo, ignoro si público, semipúblico o privado, en el que miles de profesionales de la publicidad dicen afanarse en que esa publicidad sea honesta y veraz.
Yo tengo una naturaleza tan naif, cándida, que me hace pensar que, a pesar de mis años, cuando me muera, deberían enterrarme de blanco, como a los niños. Me trago todas las «bolas» que me cuentan. Pero hay cosas que no cuelan y esta es una de ellas. Porque, una de tres, o yo manejo un concepto de honestidad y veracidad muy diferentes alde esos miles de conjurados, o ellos no saben cumplir lo que prometen o, conscientemente, son los primeros en faltar a esa honestidad y veracidad que proclaman. Sin salir del propio medio del spot, la televisión, los engaños son tan frecuentes y palmarios que hasta yo los veo.
Hay que aceptar que la publicidad tiene en su esencia un componente de exageración, de hipérbole, que cualquier persona de inteligencia normal detecta y filtra sensatamente. Nadie se cree que el uso de una cremita maravillosa pueda devolver, en forma relevante, a una persona sexagenaria la lozanía de tiempos pasados, que un perfume sea capaz por sí sólo de enamorar a alguien o que un magnífico automóvil sea suficiente para llevar la felicidad a su vida. Pero la línea que separa realidad y exageración puede ser muy fina en un medio como el spot televisivo, con sus maravillosas realizaciones, capaces de hacernos ver todo lo que el anunciante quiera. La capacidad y formación de las personas que lo contemplan recorre toda la escala de la personalidad humana, desde la sagaz perspicacia a la estupidez supina. Y es a los situados en la parte baja de esa escala a quienes más se debe proteger, porque son personas proclivea a aceptar, en toda su extensión, las maravillas de esto o aquello, simplemente “porque lo dice la tele”.
Instalada a caballo entre el arte y la ciencia, la publicidad cuenta con los medios de ambas para sus fines. Es poderosísima. Nos asustaría conocer la profundidad científica en que expertos profesionales trabajan para que sus anuncios debiliten el buen criterio de quienes los ven y acaben aceptando lo que la publicidad les ofrece, sea bueno o malo. Baste como ejemplo el caso de la “publicidad subliminal”, que introduce en nuestro susconciente apetencias ajenas a nuestra inteligencia. Está prohibida porque su existencia ha llegado al dominio público, pero me pregunto si otras técnicas arteras, más discretamente guardadas, no seguirán actuando en la sombra.
Sin llegar a tales sutilezas, hay manipulaciones tan obvias que no me explico la pasividad ante ellas de algunos colectivos profesionales directamente afectados. Por ejemplo, productos y artilugios sin el menor rigor aseguran la curación de problemas ante los que la medicina ha tirado hace mucho tiempo la toalla. Atractivas personas de bata blanca nos sugieren este o aquel producto, aparato o servicio; se autodenominan profesionales de la medicina, incluso con nombres y apellidos imaginarios, pues desde hace años conocemos sus rostros como modelos publicitarios. Las cadenas de televisión echan también su cuarto a espadas con programaciones de dudosa imparcialidad…o descarada parcialidad. Y no dudan en retorcer el brazo del espectador para que se quede ante el televisor cuando a ellas interesa, cortando una emisión en su punto álgido para insertar una tanda de spots.
Para que no se tome lo que antecede como una aversión personal, declaro que soy un entusiasta de los buenos spots televisivos, pues los hay magníficos: limpios, simpáticos… “honestos y veraces”, vaya. En ocasiones, avalados por veraderos profesionales de la actividad que anuncian, que no dudan en identificarse debidamente. Cuando yo me inicié en el ejercido de la abogacía, abogados y procuradores teníamos prohibida cualquier forma de publicidad, pero los tiempos cambian y hoy no está mal visto que un prestigioso despacho se anuncie en la tele entre un spot de productos cárnicos y otro de higiene femenina.
Algunos piensan que la veracidad es un concepto similar a la arcilla o la moderna plastilina, moldeable a nuestro capricho y susceptible de ser coloreado, para quedar más bonito. No pocos rigurosos moralistas aceptan la reserva mental como medio lícito para evitar la mentira. Para evitar la verdad, opino yo, porque todo lo que sirve para alejar a otro de la verdad es tan reprobable como la mentira misma, llámese reserva mental, mentira piadosa, verdad a medias e incluso el silencio guardado maliciosamente para ocultar la verdad.
“Sea vuestra palabra sí cuando es sí, no cuando es no. Todo lo que pase de ahí, viene del maligno”, afirmó Jesús de Nazaret en magnífico consejo, universalmente válido al margen de toda creencia religiosa.»