¡Vaya reyes de la creación!

¡Vaya reyes de la creación!

Artículo de opinión: – “¡Vaya reyes de la creación!”. Publicado en el diario Las Provincias el domingo 20 de diciembre del 2015, por Carmelo Paradinas, Abogado.

¡VAYA REYES DE LA CREACIÓN!

 Carmelo Paradinas. Abogado

Grupo de Estudios Sociales e Interdisciplinares

(GESI – Fundación Universitas)

www.fundacionuniversitas.org

«A través  de la puerta de mi terraza, estoy viendo a un pobre insecto que ha caído boca arriba y no es capaz de darse la vuelta para reanudar su camino. No parecen estar muy bien diseñados estos bichos, pues perecen de esta forma en grandes cantidades. Aunque quién soy yo para criticar a la sabia Naturaleza, que a lo mejor se sirve de este medio para regular su población, como hace con otras especies animales de mil formas diferentes. Vaya usted a saber.

Pero lo cierto es que ahí lo tengo, a un par de metros de mí, debatiéndose desesperadamente y no soy capaz de sustraerme de su problema. Los movimientos de sus finas patitas y sus nerviosas antenas expresan miedo. Lucha por su vida. Si, por tanto insistir, las fuerzas le abandonan, morirá irremisiblemente. Se me ocurre que su angustia es, básicamente, la misma que sentiría yo en una situación similar.

Logro darle la vuelta y sale raudo y, seguro que a su elementalísima manera, aliviado. ¡De nada, hombre!

La Naturaleza nos ha dado a todos los seres vivos, al insecto de mi terraza y a los seres humanos, el instinto más fuerte y primario: la conservación de la vida. Sólo el hombre, haciendo pervertido uso de su inteligencia, ha sido capaz de conculcar ese principio atentando contra la propia vida de su especie con crímenes entre los que el aborto, por la absoluta indefensión de la víctima, resulta especialmente repugnante.

Aceptamos fácilmente lo que nos conviene o nos agrada escuchar. Por eso tenemos a flor de labios aquello de que el hombre es “el rey de la Creación”. Y la realidad es que no somos los reyes de nada. Perdidos en medio de la selva amazónica o en la inmensidad del mar, a merced de bestias y bestezuelas que en muchas ocasiones aun no hemos sido capaces de catalogar, poco tenemos de “reyes de la Creación”.

Pero aquí sucede lo mismo que en la historia de las guerras: la escriben los vencedores. Y por eso nos cuentan que Hiroshima fue un mal necesario para finalizar una cruenta guerra y Auschwitz un genocidio, cuando, en realidad, ambas fueron, cada una a su manera, dos atrocidades de lesa humanidad.

Y como la historia de los hombres la escribimos los hombres, acabamos aceptando como normal lo que es aberrado y seguimos considerándonos reyes de lo que, ni muchísimo menos, somos.

Mas, con corona o sin ella, de una u otra forma, una preeminencia nos ha sido regalada sobre los bienes de todo orden e incluso sobre los seres inferiores –o, al menos, coyunturalmente inferiores-, que con nosotros comparten nuestro territorio, situación de preeminencia que comporta,  ineludiblemente, la responsabilidad de saber utilizarla.

Y todo demuestra que no estamos sabiendo hacerlo. Probablemente, ni siquiera lo estamos intentando. Hace ya mucho tiempo –demasiado-, científicos y ecologistas dieron la voz de alarma por las graves consecuencias que sobre nuestro planeta está teniendo esta temeraria conducta. El papa Francisco ha unido su voz a estas de alarma en su reciente encíclica “Laudato si”, en la que nos recuerda la obligación de cuidar “la casa común” que nos ha sido regalada por Dios en la Creación.

Una de la raíces de este grave problema es su difícil aceptación, o, hablando con mayor propiedad, su difícil captación. Inmersos en nuestro gran egoísmo, no nos resulta fácil captar lo que se encuentra más allá de nuestro ombligo. Y no somos conscientes de la enorme repercusión de nuestros actos cuando se multiplican por los muchos millones de “reyes de la Creación” que poblamos nuestro sufrido planeta. Y si, a pesar de todo, sí alcanzamos conciencia del problema, la situación no cambia demasiado. Nuestro egoísmo se sitúa en un enfoque diferente y, cínicamente, nos aferramos a aquello de “ande yo caliente y ríase la gente”; o, lo que es mucho peor, “ande yo caliente y llore a quien le toque llorar”.

La situación es realmente trágica y pocas esperanzas de cambio ofrece. No mientras esté en manos de una sociedad que se demuestra incapaz de respetar sus más sagrados valores.»