Yo no te engaño

Yo no te engaño

Aniceto Masferrer, catedrático de Historia del Derecho de la Universitat de València.

«Querido estudiante: 

Recientemente leí un texto de un colega mío, profesor de otra disciplina y universidad, en el que se dirigía a su estudiante de Grado, confesándole que le estaba engañando. En realidad, incluía a más profesores: «Te estamos engañando». Tras leerlo con interés y reflexionar al respecto, siento la obligación de confesar que yo, a diferencia de ese colega mío, jamás te he engañado. En realidad, mi experiencia docente –a lo largo de un cuarto de siglo– ha sido otra bien distinta. Mentiría si dijera que las cosas no han cambiado en los últimos años, que tu preparación no es notablemente peor que la de hace una década: te cuesta mucho más leer un texto, tratar de comprenderlo, reflexionar y expresar –oralmente y por escrito– las ideas. Además, tienes una mayor dificultad en concentrarte y mantener la atención. Esto es patente y lo experimentas a diario.

Sin embargo, al mismo tiempo compruebo a diario tu afán de mejora y superación, tu anhelo inconformista, así como tu interés y curiosidad por aprender. Para mí es un milagro –que se repite una y otra vez desde hace años– constatar cómo mantienes la atención a lo largo de una hora y media o dos horas, que es –como bien sabes– lo que duran las clases que imparto en el primer curso de Grado en Derecho. Te acordarás de aquella vez que te distrajiste con el portátil, y que, al hacerte una pregunta para que reaccionaras, te diste cuenta de que carecía de sentido venir a clase para perder miserablemente el tiempo. Es en clase, dialogando contigo –para mí, enseñar es dialogar, como aprendí de Sócrates– donde me has hecho saber lo que piensas de ti, en ocasiones incluso lo que sientes de ti mismo. Cabría resumirlo en un solo párrafo.

Eres joven, pero has hecho ya de todo. Has pasado muy buenos momentos, pero quizá también hayas sufrido bastante –diría que demasiado para la edad que tienes– y esto te ha hecho pensar que no todo te ha ayudado. En algún caso, quizá en tu casa no hayas terminado de recibir el afecto y la seguridad deseables. En otro, el ambiente escolar –con respecto a algunos maestros y compañeros– te hizo sufrir y no contribuyó a afianzar tu autoestima. Eres consciente de que la educación recibida no ha sido la mejor: apenas te han enseñado a leer, a pensar por ti mismo, a expresar tus reflexiones e ideas sin temor a equivocarte, a aprender que la realidad es compleja –que no todo es blanco o negro–, y que, para acceder a ella, hay que pensar, escuchar y dialogar respetuosa y serenamente. Ahora también te das cuenta de que las redes sociales, que veías tan necesarias como la tierra que pisas o el aire que respiras, se han convertido en algo tóxico, adictivo y empobrecedor. No puedes vivir sin ellas, pese a saber que te hacen perder el tiempo, anestesian tu creatividad y esterilizan tu genuino proyecto vital –único e irrepetible–, además de hacerte sentir mal contigo mismo porque, aun sabiendo que ahí nadie se muestra como realmente es –tampoco tú–, siempre salen rostros que parecen más felices y agraciados que tú, y es fácil caer en comparaciones odiosas que amargan la propia existencia y minan notablemente la autoestima. Quizá no te has respetado –ni hecho respetar–, y hayas hecho cosas que hubieras preferido no hacer, y que te han llevado a despreciarte a ti mismo –o a algunas partes de ti–, a perder la autoestima y confianza en ti, y esto te dificulta la relación con los demás, a quienes ves como un peligro o una amenaza, quizá porque hayas tenido ya alguna experiencia en este sentido. Esto te lleva a cerrarte, a vivir instalado en la prevención y, sobre todo, en el miedo: a equivocarte, a quedar mal, a ser rechazado, a defraudar a otras personas; en definitiva, a un vivir sin vivir por miedo. Es como si vivieras estando, en realidad, muerto, porque ese sujeto que vive no eres tú, sino otro sin vida propia. Déjame ahora que te haga algunas sugerencias.

1. Sé tu autor y principal protagonista de tu biografía. No permitas que nadie la escriba por ti, ni te robe el papel que te corresponde. Lo pierdes cuando te victimizas, tratando de justificar tu conducta o escudándote en cómo se te ha tratado (familia, colegio, amistades, ambiente social, falta de oportunidades, etc.). Aunque algunas carencias (afectivas, educativas o socio-económicas) sean ciertas, suplirlas depende fundamentalmente de ti. No dejes que los defectos de los demás, de la sociedad o del sistema educativo te frenen o pongan techo a tu vida. Céntrate en lo que de ti depende. Para ello, procura conocerte mejor, acéptate como eres –con tus luces y sombras– y aumenta tu autoestima: céntrate en las cosas buenas que tienes y procura desarrollarlas como buenamente puedas.

2. Reconcíliate contigo mismo. No te desprecies ni te rechaces por nada que hayas hecho, dicho o pensado. Si te has equivocado, reconócelo, perdónate y haz las paces contigo. Sé que esto, a veces, no es fácil. Pero no olvides que tú no eres lo que haces. Vales mucho más. No eres tan malo como te crees o algunos te hacen ver. Lo que has hecho tiene remedio. Si no te perdonas y reconcilias contigo mismo, no podrás vivir en paz, enrarecerás tu carácter, tu relación con los demás se resentirá, y serás incapaz de perdonar a los demás. No perdonar a quienes quizá te hayan perjudicado resulta dañino. Trata de perdonar sin juzgar a quien te haya hecho daño y no permitas que el resentimiento anide en tu interior. Es venenoso, tóxico y altamente inflamable. Recházalo sin ambigüedades.

3. Ten un proyecto: embárcate en algo grande que merezca la pena, que te ilusione y te dé un propósito y una motivación fuerte que traccione tu vida y te facilite avanzar cada día un poquito en esa dirección. Eso te ayudará a dejar pasar infinitas ofertas de distracción y gratificación inmediata de deseos tan efímeros como estériles.

4. Piensa por ti mismo. Deja de refugiarte en lo que los demás piensan, hacen y dicen. Ten verdadero interés en saber lo que tú realmente piensas sobre las cosas. Sólo así serás capaz de hacer lo que tú realmente quieres. Cuando no es uno quien realmente piensa, tampoco es uno quien hace lo que realmente le da la gana (a nadie le gusta reconocer que su aparente libertad deja mucho que desear). A veces eres consciente de ello, pero prefieres seguir actuando así por miedo a equivocarte (porque es más cómodo y llevadero equivocarte por haber hecho lo que los demás te habían dicho o esperaban de ti, que por haberlo decidido libérrimamente, incluso contrariando el parecer de quienes esperaban otra cosa de ti). No dejes de pensar por ti mismo por temor a equivocarte: es preferible equivocarse habiendo pensado por ti mismo, que estar en la verdad habiendo asumido acríticamente un pensamiento ajeno.

5. Aprende a expresar lo que piensas y a dialogar de modo respetuoso y sereno.Escucha a todos con interés y atención, sobre todo a quienes no piensan como tú, tratando de entender bien su modo de ver la realidad. Dialoga con todos, pero especialmente con los discrepantes. Respeta a todos. Valora a las personas por lo que son, no tanto por lo que hacen o dicen. No des demasiada importancia a quienes te valoran fundamentalmente por lo que haces o dices, y menos a quienes tratan de imponer sus ideas, en vez de limitarse a exponerlas.

6. Dedica un tiempo diario a la lectura. Dialoga con pensadores y escritores que te han precedido o quizá jamás podrás llegar a conocer. Dedica un tiempo diario a la lectura sosegada. Es reconfortante porque te reconcilia contigo mismo y estimula tu pensamiento. Leer te ayudará a pensar más, a expresarte mejor, a ser más creativo, a conocerte un poquito más y a comprender mejor el mundo en el que vives.

7. Escribe todos los días un poco. Se puede hablar sin pensar, pero no es posible escribir sin pensar. La escritura activa mucho la capacidad de razonar. Lo tengo más que comprobado. Haz tú la prueba: empieza a escribir tu pequeño diario, y anota todos los días algo que hayas hecho, algún suceso o alguna reflexión personal. En pocas semanas, habrás aumentado notablemente tu capacidad de pensar por ti mismo.

8. No te engañes ni dejes que te engañen. Lo que vale, cuesta. Exige esfuerzo, tiempo y dinero. Si alguien te dice lo contrario, te engaña. Si a ti no te cuesta, quizá sea porque lo que haces merece poco la pena. Piénsalo. Si piensas que eres más libre por el solo hecho de tener más posibilidades de elección, te has engañado. Las redes sociales contienen infinitas posibilidades, casi todas ellas portadoras de una gratificación inmediata, pero no te liberan ni te hacen mejor persona, sino todo lo contrario: te atan, te degradan, te hacen más vulnerable, socavando tu autoestima y esterilizando tu existencia. Quizá ellas te hayan hecho comprobar que no todo lo que has ‘consentido’ ver o consumir haya contribuido positivamente a ganar en libertad. Si te habías llegado a creer que el consentimiento es lo único que confiere sentido a tus decisiones y relaciones personales, te han engañado. No sigas malgastando así tu vida. Consiente sólo en aquello que tenga sentido, sea razonable y concuerde con quien eres y, sobre todo, con quien quieres llegar a ser. Libérate cuanto antes de esa maraña para vivir con sentido (y menos ‘consentido’).

9. Vive en el presente. Céntrate en lo que tienes que hacer en cada momento, poniendo ahí todos tus sentidos y potencias, con atención y fijeza en los pequeños detalles, sin dejarte distraer por cosas que no vienen al caso, y sin preocuparte demasiado por el resultado –más o menos inmediato– de lo que haces. Así, harás todo con paz y cierto goce, sin angustiarte por un fruto o futuro inciertos. Sé constante en aquello que te propones, en tu plan de clases y estudio diario, y el paso del tiempo jugará a tu favor. Pierde el miedo a equivocarte: lo que se interpone a tu crecimiento no son tus errores –que todos tenemos, yo el primero–, sino la mediocridad y falta de coraje que te impiden tomar decisiones por miedo a fallar o a no estar a la altura. En realidad, cada error reconocido y rectificado te acerca más a lo que quieres llegar a ser.

10. No existe motivación o fuerza motriz más fuerte que el amor. Es cierto que el estímulo y la ilusión que suelen generar un buen proyecto (n. 1) pueden llegar a tirar mucho de uno, pero existen motivaciones radicales o profundas que traccionan mucho más. La autoestima y, sobre todo, el amor a los demás –y a Dios, para el creyente– pueden llegar a tener una fuerza mucho mayor, porque hacer algo buscando el bien de otras personas –empezando por aquellas más cercanas–, estimula más la capacidad creativa y la disposición de sacrificarse gustosamente por algo que realmente lo merece. Suele ser mejor profesor el que aprecia y busca el bien de sus estudiantes, y mejor empresario el que tiene presente el bien de sus trabajadores, proveedores y clientes.  

No quiero que pongas en práctica ninguno de estos consejos por provenir de mí. Te sugiero más bien que los pienses por ti mismo y trates de imaginarte, por un momento, qué sería de tu vida si decidieras hacerlos tuyos e integrarlos en tu vida. Poco a poco: primero un objetivo, luego otro… Además, no estás solo: hay más gente como tú que emprende esa aventura de pensar por sí misma (Freethinkers.fu). Si tomas esa decisión, te puedo adelantar lo que te sucederá. Confiarás más en ti; te respetarás más y mejorará tu autoestima; en consecuencia, te harás respetar más, serás menos dependiente y te importará mucho menos lo que los demás hagan, digan o piensen; dejarás de victimizarte por las carencias de tu entorno (familiar, educativo, universitario, socio-económico, laboral, etc.), y empezarás a descollar académicamente, a tener más ilusión profesional y a percibir una plenitud de vida con menos dependencias virtuales y más rostros reales con quienes compartir, dialogar y disfrutar. Quizá esté equivocado (también yo me equivoco, tanto o más que tú), pero bien sabes que te digo lo que pienso, que no te engaño. Si te surge alguna duda, o haces la prueba y encuentras dificultades o constatas que estoy en el error, te agradecería me lo dijeras con franqueza (aniceto.masferrer@uv.es). No olvides jamás que vales mucho. Te desea lo mejor, con afecto y admiración, tu antiguo profesor.»