Zapatero o el enigma del poder

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Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 30 mayo 2010.

Zapatero o el enigma del poder
Por Juan Alfredo Obarrio Moreno. Profesor Titular de Derecho Romano. Universitat de València.

La afirmación de Octavio Paz al hablar de Fernando Pessoa: “los poetas no tienen biografía. Su obra es su biografía” es recurrente a la de un político, y, en particular, a la de un presidente del desgobierno, cuyas acciones y movimientos nos dejan ante una personalidad que se evade a los análisis más sutiles, que se diluye cuanto más nos acercamos a ella, como si detrás de su fingida filantropía no hubiera enigma alguno: sólo un vacío adepto al disfraz.

Quizá porque entiende que su política trasciende a todo entendimiento –y seguro que no le falta razón-, su ideario es, en esencia, maniqueo, no admite matices ni estados intermedios: o se pasa del histórico “Otan, de entrada NO” a “Por el pleno empleo” sin acordarse que el eslogan que llevó a Carter a la presidencia fue “Yo nunca os mentiré”, y con la mentira vino su declive, porque cuando los hechos hablan con voz propia, la máscara ya no esconde el rostro, sino que lo revela, hasta descubrir que su impericia e incapacidad suceden a la inteligencia, y sus pasiones -escritas con regla y cartabón- a las razones de Estado, y cuando éstas declinan, cuando el político carece del coraje de convertir la verdad de los hechos en objeto de atención, de compromiso y de solución, lo único que le queda es soñar que la precaria realidad del mundo es una mera ilusión óptica, un intervalo pasajero en la búsqueda de una sociedad que ya sólo puede ser vista a través de unas palabras –las suyas- que nos llegan tan envejecidas como los restos de un naufragio: el del Estado de bienestar, tan ficticio y liviano como su pensamiento.

Desconozco si el presidente hará suya la afirmación de Sófocles en torno a su rey Edipo: “de todos los sufrimientos, los más dolorosos son aquellos de los que se es autor”, o la más cercana: “España no merece un presidente que miente”, pero me temo que dado su afán juvenil, su incapacidad por renunciar a los dogmas de la vieja ortodoxia y a su entusiasmo por la razón ilustrada, acabará, una vez más, por desoír sus dictados, achacando los males a las escasas voces públicas que se niegan a someterse a esa trágica misión de invertir los valores en los que se ha crecido, llamará antipatriotas a quienes le recuerden el drama en el que viven más de cuatro millones de parados o mirará con recelo a quien no aplauda con furibundo entusiasmo los brotes verdes de su política económica, la misma que iba a ser la envidia de Francia e Italia, de la “fracasada” Angela Merkel, y que hoy es tutelada –para sonrojo de muchos- por la bandera de los Estados Unidos.

Viendo la realidad de nuestro laberinto hispánico, la afirmación -llena de encanto y de ironía- de Oscar Wilde: “La vida imita al arte” se me antoja que refleja, como ninguna otra, la visión de una política que no concreta la realidad, sino que la imagina, la idealiza hasta hacer de ella un enigma irresoluble, semejante al de Las Meninas de Velázquez: si en esta obra el espectador no mira el cuadro, sino que es el cuadro quien nos mira, con la política de Rodríguez Zapatero pasa lo mismo: el presidente, sumido en las dudas agónicas de los soliloquios de Shakespeare, ni observa, ni comprende lo que pasa en la sociedad, y mientras ésta se halla atónita ante la ambigüedad y la vacilación de un gobierno que se encuentra fuera de escena, y al que le falta la entrega, el compromiso moral y la altura personal para resolver el conflicto social de un país adicto, como dijo Nietzsche, “a querer demasiado” a quienes no siempre saben respetar los principios que prometieron salvaguardar.

Cuando un gobierno carece de mínima legitimidad moral, cuando un gobierno desvirtúa –por malicia, o lo que es peor, por desconocimiento – la realidad económica de un país, cuando un gobierno sólo hace frente a los fantasmas trasnochados del pasado, y no a los espejismos del presente, cuando un gobierno es el responsable político de la culpable ignorancia de la que sufren nuestros estudiantes, cuando esto ocurre, no le corresponde a la sociedad civil exclamar: “Márchese, señor Presidente”, ni solicitar una moción de censura o de confianza, esta tarea corresponde a la clase política, a la oposición en su conjunto, y, en particular, al Partido Popular, quien no puede seguir gozando de la franquicia calculada del silencio, ni ampararse en una frívola política utilitarista, porque, como afirmaba Ortega, cuando hacemos de la utilidad la única verdad, estamos navegando en el mal endémico de la mentira, la misma que cobija el fraude, la corrupción y el desengaño.

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