Patricia García estudia también 3er curso en la Universidad Católica San Vicente Mártir y es voluntaria de Universitas en el programa Compartiendo Ilusión. Patricia nos cuenta cómo fue un día cualquier en Calcuta.
«Al final, lo que importa es el amor que pongas en lo que haces»
Te despiertas muy temprano a las 6:15 y pones rumbo a Mother house, en la calle Bose Road, totalmente equipado: pantalones indios, camiseta de manga corta, pañuelo en la cabeza, agua embotellada y unas pocas rupias. Llegamos a las 7:00 a Mother House (Casa Madre) donde coincidimos los voluntarios de todos los países. Nos esperan las sisters con su mejor sonrisa y un rico desayuno: té, pan y plátano. Al acabar se reza una preciosa oración en ingles que hay escrita por las paredes, se canta una canción que realmente te pone los pelos de punta y una sister da los avisos y precauciones, sorprendentemente ¡en español! porque coincidió que el la mitad de los voluntarios éramos españoles. A continuación se canta una canción de despedida, a los voluntarios que inician su último día. Después te reúnes con los que van al mismo centro que tú para ir en: tuc-tuc, bus… dependiendo de lo lejos que vayas.
Una vez en tu centro las sisters te asignan el trabajo pero al segundo día estás ya como “Pedro por su casa”. Es sorprendente como pasas de estar perdido, con ganas de que alguien te guíe en tu trabajo, a ser tú quien a la semana, eres el experimentado que ayuda a los nuevos.
Dependiendo de cada centro se hacen unas tareas u otras pero al final, te das cuenta que lo que realmente estas haciendo es dando AMOR, ya sea cuando das de comer a un niño discapacitado, jugando con un huérfano, intentado hablar indio con personas mayores, curando heridas que jamás te hubieras imaginado ver, pintando uñas a señoras maltratadas, estando al lado de un enfermo a punto de fallecer… Al final lo que importa es el amor que pongas en ello.
Al acabar el día de trabajo, sobre la 13:30, llega el momento de relajarse. Solíamos quedar para ir a comer, regresábamos a nuestro alojamiento para descansar, comprar algunos recuerdos para la familia, visitar templos o simplemente pasear por la ciudad viendo a la gente, dando comida a los niños de la calle, oliendo sus calles, disfrutando de los colores que te acompañan a lo largo del día.
Para cenar cada día fuimos descubriendo nuevos sitios. A más de uno no volvimos… y continuabas con la lucha de “no spicy” (no picante), porque allí todo pica. A las 22:00 h. nos reuníamos en el terrado del alojamiento y charlábamos un rato, nos contábamos el día y organizábamos un poco el siguiente. Y aquí finalizaba un día cualquiera en Calcuta.