Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 30 agosto 2009
Atrévete a pensar
Juan Alfredo Obarrio. Profesor Titular de Derecho Romano. Universitat de València.
En 1949 George Orwell publica su novela 1984, donde, como ya hiciera en Rebelión en la Granja o Homenaje a Cataluña, el escritor británico advierte, de forma admonitoria, de las penurias de una sociedad cuando el poder –El Gran hermano- recae en un gobierno que tiende a coartar los derechos del individuo y a manipular su percepción de la realidad hasta anular las últimas manifestaciones espontáneas del pensamiento, lo que permite que se llegue a aceptar que “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”.
Quizá sea por la influencia de autores como Orwell o de la propia experiencia que nos da el tiempo vivido que uno siempre tiene una actitud de huida, de necesaria equidistancia frente al Poder, hacia los grandes dogmas que nos aseguran un futuro de progreso e igualdad, y que nos conducen irrevocablemente a tomar el leguaje del poder como norma, y al Estado como el único depositario de los valores trasmitidos por una tradición cultural que parece empeñada en negar que el hombre pueda convertirse en pregunta, privándole de todo aquello que encierra de sagrado.
Es por esta razón que creemos que el individuo debe buscar en la desnudez del pensamiento la fuerza en la que asirse para ahuyentar el peligro que representa el desdén por la vida, la evasión de la realidad y el desarraigo de la Historia, y así poder encontrar una ecuación de equilibrio entre la razón, la virtud y la felicidad, que bien pudiera venir precedida cuando asumimos la clásica sentencia del Oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”, porque sólo quien comparte dudas y esfuerzos por resolverlas podrá llegar al mundo de la certeza, y, con posterioridad, al de la Verdad.
Por el contrario, el Estado-Poder, como si de un viejo sofista se tratara, suele imponer su verdad a través de razonamientos dobles: defiende una causa, una tesis y su contraria, buscando así que el individuo, al renunciar a comprender la realidad, asimile una ideología de poder que impida, como sugería Pirandelo en Seis personajes en busca de autor, que el hombre esté comprometido con su propia conciencia -“para escapar de la locura que cada uno alberga en su interior”-, no comprendiendo así que para que la obediencia pueda ser consentida hace falta, ante todo, que al hombre se le conceda el derecho a creer en sus propias creencias.
Mi anhelo por una ética de la razón me lleva a considerar que la tecno-burocracia no nos proporciona saber, sino poder, y el poder, si no nos deja espacios para juzgar, para comprender o para creer, se aleja de la búsqueda de la Verdad, del compromiso con la Justicia y con la Vida, y cuando se niega ésta, sólo nos cabe afirmar que nada tiene valor cuando la vida no lo tiene.
Frente a ese Poder-Estado, definido por Nietzche como el más frío de los monstruos, la sociedad civil debe reclamar espacios para la conciencia libre del individuo, aun a sabiendas que, como afirmara Somerset Maugham en su novela El velo pintado, “a veces, el viaje más largo es la distancia entre dos personas”.