Por Álvaro Lázaro. Personal docente e investigador en formación (FPU). Universitat de València.
«El 22 de Julio se conmemoró el Día Europeo de las Víctimas de Crímenes de Odio proclamado por el Consejo de Europa, en recuerdo de las víctimas del crimen de odio terrorista de Oslo y Utoya, y a su vez, de todas las víctimas de la intolerancia criminal y los Delitos de Odio.
Un odio que hace brotar un gran consenso que permea todos los estratos de la sociedad. ¿Quién está a favor del odio? Todos estamos en contra del odio. Todos abogamos por la tolerancia, por la fraternidad. Un odio que se ve como algo malo, como algo que hemos de alejar de nuestras vidas para ser verdaderamente humanos. ¿Todo es relativo? No. Sin embargo, en demasiadas ocasiones vemos cómo la teoría se ve superada por la práctica, cómo el odio campa a sus anchas en las democracias de hoy en día. Unas sociedades democráticas que luchan para que la igualdad inherente a todo ser humano sea una realidad y no se quede en papel mojado. Es un síntoma muy positivo que los delitos de odio hayan recibido el foco de atención en los últimos tiempos.
Unos avances sociales que se basan en la tolerancia, en el respeto hacia el otro. Un respeto que se ha de exigir no solo en la vida pública, sino también en la vida personal, hacia uno mismo. Quien no tiene respeto por uno mismo, no podrá tener respeto por los demás. Pese a su carácter multifactorial, una de las causas principales de estos delitos de odio es la falta de respecto hacia uno mismo. Un respeto que viene de esa inviolabilidad, de esa sacralidad, de esa dignidad de cada vida humana. No importa de qué país se venga, cuál sea el color de la piel, la lengua que se hable, la fe que se profese, la visión de la vida, etc. Independientemente de todo esto, todo ser humano merece un respeto.
Aunque una persona decidiese tratarse como no debiera, es decir, despojándose de esa dignidad a la que se hacía referencia, no podría perder su dignidad. Podría, sin embargo, deshumanizarse. Sí, el ser humano posee la facultad de renegar de sí mismo, de no abrazar lo que es. Entonces, está claro que los delitos de odio no solo han de ser totalmente reprobados por nuestra conciencia, sino que también han de estar tipificados en la legislación como algo punible. No obstante, uno de los peligros que puede tener la defensa a ultranza de los delitos de odio es suprimir cualquier idea que sea contraria a la opinión dominante o a la que defiende una persona.
Un peligro que viene del hecho de no saber diferenciar entre las ideas y las personas. Una persona puede ser un amigo de toda la vida y tener unas creencias totalmente alejadas de las nuestras. ¿Qué problema hay? Una diferencia que no ha de compartimentalizar a la sociedad en bloques estancos en función de las características que posea cada uno. La diferencia no ha de ser vista como algo que separa, sino como algo que une, como algo que enriquece y que permite aprender del otro. ¿Acaso la diferencia ha de imposibilitar que se puedan estrechar lazos de amistad? ¿Acaso los ateos y los creyentes no pueden ser amigos, o los conservadores y progresistas, o los heterosexuales y homosexuales, o los comunistas y capitalistas, o los políglotas y los monolingües cerrados, o los ecologistas y los que contaminan cada vez que dan un paso?
Una diferencia entre las ideas y las personas que, en demasiadas ocasiones, no se acaba de ver y da lugar a una situación donde una opinión que vaya en contra del modo de vida de una persona quiere decir un ataque frontal contra esta, un odio rampante. Pues no, eso no es así. Tolerar la diferencia es una cosa, pensar que todos hemos de pensar lo mismo acerca de la realidad es otra bien distinta.
Se puede tolerar que una persona esté consumiendo cocaína, pero lo que no se puede tolerar es que ese consumo sea considerado como un bien. Se puede tolerar que una persona tenga unas ideas capitalistas o comunistas, pero lo que no se puede tolerar es que los capitalistas paguen salarios indignos o los comunistas comiencen a usurpar la propiedad privada de la población. Se puede tolerar que una persona sea atea o creyente, pero no es tolerable que el sistema político se convierta en un pensamiento único del ateísmo o en una teocracia. Se puede tolerar que una persona crea que todo es relativo, pero no dejar de reconocer que la naturaleza presenta un orden que no se puede romper sin autodestruirse. Se puede tolerar que una persona reniegue de su humanidad, pero no que el mundo se acerque al precipicio sin hacer nada frente a ello. En fin, se puede odiar fuertemente una idea que consideramos nociva y amar profundamente a esa persona que la sostiene.»