Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 29 abril 2012.
Ghettos para ancianos
Por Carmelo Paradinas. Abogado.
Entrevistaban en una ocasión a Sara Montiel y le preguntaban sobre su sorprendentemente “juvenil” forma de vida. La actriz explicó que quería vivir con intensidad el presente porque el pasado, pasado está y, a su edad, futuro no tiene. Coincidía con Ramón y Cajal, que escribió que lo peor de la vejez es “no tener mañana”. No estoy totalmente de acuerdo con ellos. Las personas con sentido trascendente creemos que nos espera otra vida, mejor y eterna, pero ahora nos estamos refiriendo sólo a la terrenal; para la que, a cada uno según su situación, también siempre existe un futuro con el que podemos y debemos ilusionarnos.
En 1919 una “ley para el retiro obrero” estableció en sesenta y cinco años el límite de la edad laboral. En pocos años, esta concreta referencia administrativo-laboral se ha convertido en una especie de “stop” biológico en nuestra existencia: “Ha llegado a los sesenta y cinco años. Es usted un anciano. Su fin primordial en la vida es prepararse a bien morir”.
Atender el problema de la vejez de los ciudadanos –sinónimo real de esa eufemística “Tercera Edad”- es responsabilidad directa del Estado. Los gobiernos de nuestro país de las últimas décadas han entendido que la forma de afrontar esa responsabilidad era crear unos placenteros “ghettos” para personas mayores, con la intención de hacerles soportable su espera. Viajes del INSERSO, conjuntos deportivos, piscinas y gimnasios geriátricos, centros para la Tercera Edad, etc., etc. Salvo en casos ya irrecuperables de enfermedad, estos “ghettos” tienen la negativa consecuencia de privar a los que en ellos se encierra del rejuvenecedor contacto con otras edades y obligarles a reciclar, una y otra vez, de forma autodestructiva, los temas que les son habituales: las enfermedades propias y ajenas y el repaso y actualización de la “lista de bajas”.
¿Es que no existen mejores soluciones? Por supuesto que sí, pero hay que molestarse en buscarlas. A partir de mi experiencia personal, propongo tres ejemplos –entre otros muchos, sin duda- que demuestran que la aptitud de las personas mayores para afrontar la vida es muy superior a lo que nuestros políticos parecen reconocer.
Para participar en un maratón popular, uno se inscribe en él tenga veinte, setenta o más años. Los cuarenta y dos kilómetros de recorrido, el cohete de salida, la hora de cierre del control y la clasificación general, son comunes para todos. Solamente unas clasificaciones parciales, por segmentos de edad, ajustan a dicha edad el resultado por cada uno obtenido. Durante el recorrido, los maratonianos conversan entre sí –malo si no tiene fuelle para hacerlo…- y aquellos participantes de veinte, setenta o más años, se enriquecen mutuamente con sus consejos y experiencias.
El segundo ejemplo lo constituyen los voluntarios que trabajan en ONGs, fundaciones y asociaciones benéficas o de utilidad pública. Conozco a un voluntario de noventa y cuatro años, a muchos de más de setenta y a muchísimos entre dieciocho y veinte. Todos trabajan juntos, codo con codo, sin compartimentos de edad, con eficacia. Y al acabar los servicios, juntos van a tomarse unas cervezas con la satisfacción de haber cumplido uno de los más nobles deberes que existen: ayudar desinteresadamente a quienes más lo necesitan.
El tercer ejemplo debería, en realidad, ser el primero y considerarse suficiente por sí mismo para probar que caben mejores soluciones para nuestros mayores: la propia empresa. Hablar simplemente de “la empresa” implica una generalización que necesita puntualizaciones. Las que buscando aumentar sus beneficio y apoyándose en increíbles privilegios empujan hacia la “senectud laboral” –en ocasiones masivamente- a trabajadores que aun no han alcanzado la fisiológica, las que no tienen una planificación inteligente de su personal y permiten la obsolescencia de sus trabajadores hasta reducirlos prematuramente a la inutilidad, están fuera de este ejemplo. Me refiere a empresas que entienden que su principal recurso es el humano integrado por sus empleados, estableciendo planes de carrera, programas de formación y reciclajes que permiten el máximo aprovechamiento de los trabajadores hasta edades insospechadas. Fuera de España hay empresas de esta clase. Dentro, como diría el malogrado Perich, se pueden contar con lo dedos de una oreja.. He ahí un campo, prácticamente virgen, en el que nuestros gobiernos no solamente pueden, sino que deben intervenir.
Cualquier medida de nuevo cuño que se quiera implantar requiere, sin embargo, una previa sensibilización de sus destinatarios, nuestros mayores. Con actitudes negativas como las que veíamos al principio, no se puede llegar lejos. Condición sine qua non para ayudar a alguien es que ese alguien quiera ser ayudado. El cardiólogo norteamericano, especialista en medicina deportiva, George Sheann, razonaba así por qué las personas mayores –entre las que ya se contaba cuando lo escribió-, han de adoptar una postura positiva ante la vida: “Somos capaces de hacer continuamente lo que hicimos en la flor de nuestra vida… algo más despacio, quizás; con menos brío, seguramente, pero esperen y verán como terminaremos”.
Ese espíritu jovial y optimista era el que animaba a otro anciano eternamente joven, como fue Maurice Chevalier, cuando bromeó afirmando que “envejecer no es tan malo si se tiene en cuenta la alternativa”, versión equivalente de la afirmación que antes que él alguien sentenció lapidariamente:”Envejecer es la única forma conocida de vivir muchos años”.