Publicado en el diario Las Provincias. Domingo 31 enero 2010
La Ley, dogma de fe
Arturo Sancho. Notario.
Según el CIS, y no entraremos en este artículo a valorar la mayor o menor credibilidad de este ente, la preocupación de los españoles por la clase política ha crecido ostensiblemente, sobre todo tras los últimos escándalos de corrupción. Y es que la depauperación de la clase política en España es un hecho generalizado e incontrovertible. El ciudadano percibe cada vez más on mayor nitidez que una parte muy importante de sus representantes políticos tiene poca preparación, que han ingresado en política para obtener un lucro, y, lo que es peor, que no tienen el más mínimo interés en resolver sus problemas. Una de las consecuencias más notables y significativas del empobrecimiento de la política es la invasión del Estado en ámbitos teóricamente privados: la promulgación de cualquier ley se erige, o se intenta erigir, como una especie de agujero negro que succiona hasta la conciencia del individuo.
El proceso es bastante sutil: el poder legislativo conforma una ley, el poder legislativo aprueba una ley, y al ciudadano, abrumado y asustado, sólo le quedará el deber insoslayable de cumplirla, incluso si tuviere la osadía de llegar a pensar que el legislador ha creado una ley que
cercena libertades del individuo, o incluso ¡al propio individuo! «Es una ley aprobada por un parlamento elegido democráticamente por los ciudadanos», se oirá hasta la saciedad a partir de ese momento.
Sí, pero también los nazis aprobaban leyes la mar de democráticas y no por eso eras menos abyectas. En el proceso que hemos descrito anteriormente no podemos olvidar un detalle nada pequeño: con frecuencia esa ley trata de imponer solapadamente un código ético. Con ello el círculo se cierra: el legislador crea una norma, el legislador moraliza a través de la norma, el ciudadano obediente la acata, el ciudadano es moralizado a través de la norma.
Las subsiguientes preguntas son inevitables: ¿por qué quiere moralizar el legislador?, ¿qué tipo de moral quiere imponer el legislador? Es probable que haya otra pregunta más dolorosa: ¿le importa al ciudadano que el legislador le imponga su moral? Nos tememos que no. Nos tememos que el ciudadano tiene otro tipo de preocupaciones pues, como dijo Hans Kelsen, las intuiciones sobre lo que es bueno o malo, se encuentran, como el Derecho, en permanente cambio. Traslademos estos parámetros a la actualidad: el Gobierno de España, aprovechando una sociedad civil anestesiada, y apoyado por medios de propaganda, redacta leyes que
moralizan a una ciudadanía que, so pena de ser tachada de antidemocrática, las aplaude mansamente.
En la tramitación de la ley de ampliación del aborto esto se ha podido comprobar con meridiana claridad. Con el agravante de que algunos argumentos esgrimidos por algunos políticos se mueven entre lo obsceno y lo ridículo-grotesco: que la mujer es libre para decidir sobre
su «propio cuerpo», que el aborto es un derecho, que el feto es «sólo» un ser vivo, o que hay que posibilitar una nueva ley que otorgue mayor «seguridad jurídica» a la mujer embarazada. Sí, probablemente habría que realizar un reparto de culpas y hacer corresponsable a una sociedad que se queja amargamente de las grandes injusticias de nuestro tiempo, pero que bendice cómplice y silente argumentos de este tipo, y que durante varias décadas y con gobiernos de distinto signo ideológico ha permitido el aborto.
Por eso convendría recordar que en Europa tuvo que pasar muy poco tiempo para que hubiera un repudio universal a los grandes genocidios del siglo XX (con la sangrante excepción de la Rusia de Stalin). Ahora esa misma Europa permanece impasible ante el genocidio de guante blanco que se perpetra en nuestras ciudades. Es difícil creer que una civilización que como en el mito de Saturno devora a sus propios hijos pueda ser recordada en el futuro como un ejemplo de progreso.
Günter Grass hablaba en «El rodaballo» de un personaje que tempotransitaba por los siglos, a lo largo de distintos períodos de la Historia. No creo que la ley de ampliación del aborto tempotransite demasiado, entre otras razones porque esa misma la ley ni siquiera deja
tempotransitar al propio nasciturus.Y ese Parlamento, tan sonriente y orgulloso de sí cuando alumbre y dé a luz su nueva ley, su nuevo dogma de fe, quizás con el paso del tiempo tendrá que, cuando mire atrás, agachar la cabeza y repetir como Macbeth «dimos lecciones de sangre que retornan, atormentando, al instructor».