La perversión de la política

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Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 6 marzo 2011

La perversión de la política
Por José Sarrión Gualda. Catedrático de Historia del Derecho. Universitat Jaume I.

Los griegos se organizaron políticamente en varios Estados-ciudad (‘polis’) y llevaron a la cultura occidental el vocablo ‘política’ y otros términos derivados. Los romanos lo hicieron igualmente en un Estado-ciudad: Roma (‘civitas’). Los conceptos de ‘polis’ y de ‘civitas’, lanzados a la corriente de la historia, han acabado por recorrer diferentes caminos.

Los términos con etimología en ‘civis’ y ‘civitas’ no se han deslizado nunca hacia una deriva peyorativa en nuestra cultura occidental: y así, ciudadano, civilización, civilizado se han opuesto siempre a súbdito, barbarie, bárbaro. Los vocablos ciudadanía y ciudadano han calificado siempre a una población o a un individuo que goza de unos derechos. Y si estos derechos se referían y reducían inicialmente a las personas acogidas y amparadas por un Fuero local, cuando se producen las revoluciones liberal-burguesas a finales del siglo XVIII y principios del XIX, la categoría de ciudadano adquirirá una nueva significación. Desaparecida la monarquía absoluta, el individuo abandona la condición de súbdito y adquiere la de ciudadano para designar al sujeto de derechos civiles y políticos, y posteriormente otros de carácter social, económico, y cultural.

Otra suerte ha corrido a lo largo de la historia el término ‘polis’ y sus derivados (política, político) de necesaria utilización en todo discurso sobre la organización y ejercicio del poder. Los comienzos no podían ser más prometedores. Aristóteles entre- saca al hombre del conjunto de los animales por su condición de animal político, de su sociabilidad en todos los órdenes. Durante mucho tiempo, la política y lo político han gozado de una valoración positiva. Quevedo identifica en su obra: Política de Dios y gobierno de Cristo. la providencia divina actuando en el mundo.

En el terreno jurídico, y más modestamente, Castillo de Bovadilla escribe su ‘Política de Corregidores’, como fruto de su experiencia de buen gobierno corregimental, en la que adoctrina a los futuros corregidores en la adecuada práctica de gobierno. Pero no nos detengamos en más ejemplos históricos y vayamos directamente al panorama actual.
No podemos afirmar, como lo hacíamos con ciudad y ciudadano, el mantenimiento permanente de una valoración positiva para el conjunto de las acepciones de la política y de lo político. Para empezar, la política tiene una hermana bastarda que es la politiquería que tiene entrada en el diccionario de la RAE. La política y lo político caminan cada vez más hacia su equiparación con el partidismo y el sectarismo. Los culpables de este desvío peyorativo son precisamente algunos políticos. Toda profesión de cualquier clase exige una formación previa y una experiencia, para proyectarlas y ejercerlas sobre una actividad humana. Esta generalización suele fallar en la actividad política. La pura designación digital posibilita acceder a áreas del poder a personas poco o nada preparadas para la función encomendada. Se han encomendado ministerios a quienes estaban poco o nada preparados para tan alta función. El político profesional, que no acredita un triunfo previo en otra actividad pública o privada, tiene que aferrarse al cargo que desempeña porque fuera de la política no conseguiría ningún puesto relevante. Como consecuencia su actitud será servil con respecto al que le ha nombrado y no podrá permitirse la menor crítica razonada. En expresión plástica: «El que se mueve no sale en la foto».

De ahí que la política vaya adquiriendo connotaciones negativas y lo político tienda a identificarse con lo partidista y sectario, frente a lo técnico y racional. El argumento de que todos los políticos no son iguales es válido. Los hay competentes y entregados a la cosa pública. Pero estos generalmente no son profesionales de la política sino del mundo empresarial o de la función pública. Otra fuente de descrédito que aqueja a los partidos políticos suele ser la facilidad con que cambian sus principios ideológicos, sus programas o sus promesas; siempre que tal volubilidad les pueda resultar rentable electoralmente, o sea fruto de alianzas o pactos para mantenerse en el poder. Un solo ejemplo basta. Los socialistas defendieron desde los tiempos de La República el transvase del Ebro. La pérdida de las elecciones generales por Felipe González en 1996 impidió que el proyecto de transvase de su ministra Cristina Narbona llegase al BOE de Estado. El Gobierno del PP aprobó un transvase que canalizaba hacia el sur la mitad del agua del proyecto socialista. Por intereses partidistas y la búsqueda de apoyos parlamentarios, Zapatero cerró la hijuela a los sedientos campos de la Comunidad valenciana, Murcia y Almería. ¡Hay que ver con qué desparpajo y desahogo se toman algunas medidas políticas!

Lo político debería identificarse siempre con aquellas medidas que tomase el Gobierno que favoreciesen al conjunto de la población.

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