Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 17 julio 2011.
La razón y la ciencia acusan al aborto
Por José Sarrión Gualda. Catedrático de Historia del Derecho. Universitat Jaume I.
Casi todo contra el aborto está dicho y también un amplio abanico de argumentos está escrito. Los partidarios del aborto suelen argumentar que los contrarios al mismo lo son por razones ideológicas o religiosas. No sólo la Iglesia católica y otras confesiones religiosas condenan el aborto, sino también muchas organizaciones, movimientos e innumerables personas, no necesariamente religiosas, lo consideran un atentado a los derechos humanos. Y precisamente para rechazar el argumento de la vinculación exclusiva de la condena del aborto a concepciones religiosas, vamos a apoyarnos sólo en argumentos de razón, en los descubrimientos de la ciencia y en fundamentos de carácter científico.
La primera constatación palmaria es que desde el momento mismo de la fecundación o concepción se inicia un proceso unitario e inescindible que, normalmente, y si no interviene la mano interruptora del hombre, desemboca y corona en el nacimiento de un nuevo ser humano. ¿Cómo puede entenderse que algunas legislaciones admitan la división de ese proceso unitario en fases y despenalicen la eliminación del feto durante cierto periodo y, transcurridas 24 horas más, tal acción se convierta en ilícita y criminal? ¿No son soluciones legales faltas de coherencia? No hay ningún argumento racional ni lógico para empezar a proteger la incipiente vida humana desde un punto de su desarrollo, fijado arbitrariamente.
A la razón ha venido a sumarse la ciencia. Desde las primeras semanas de gestación, la vida propia del feto es visible y audible. La ecografía ha venido a demostrar con gran nitidez la existencia desde las primeras semanas de un nuevo ser perfectamente formado.
La legislación histórica española siempre castigó el aborto. Pero en su excusable ignorancia establecía una pena más leve para el aborto del feto no formado o todavía no vivo. No hubiera hecho tal distinción ante una ecografía.
Se alega a favor del aborto el haberse admitido por la legislación de los países de “nuestro entorno.” Primero, hay principios, verdades y valores que están por encima de la libertad humana y no pueden someterse su validez a ninguna votación, por tratarse de derechos humanos. Segundo, podemos acudir a exponer ejemplos históricos de errores generalizados. Durante gran parte de la historia se ha admitido la esclavitud como una institución natural (Roma, por ejemplo). Una mente tan preclara como la de Aristóteles la justificó. Hoy casi ha desaparecido y no hay quien la defienda racionalmente ¿no estaban equivocadas aquellas sociedades?
Descendamos ahora al ámbito jurídico. En Roma el “paterfamilias” tenía un poder omnímodo sobre el grupo familiar. Hoy día esta sociedad patriarcal (en su versión moderna, machismo) va desapareciendo de nuestras sociedades liberales y la mujer se ha ido equiparando al hombre. Así, el varón y la mujer tienen los mismos derechos, pero también las mismas limitaciones ligadas a los derechos humanos. El hombre y la mujer son libres para concebir un hijo, pero una vez que el acuerdo de tenerlo ha cuajado en un nuevo ser, se levanta una barrera infranqueable que representa el respeto a los Derechos humanos. Ni conjunta ni unilateralmente los progenitores pueden decidir la interrupción del embarazo. Aquel poder omnímodo que tenía el varón en Roma, no debe encontrar una versión moderna y contraria en el feminismo radical que concede un derecho absoluto sobre el feto, que es el fruto de la voluntad (amorosa, añadiría yo) de los dos progenitores. La voluntad de la mujer no puede pasar por encima de la del otro progenitor ni tampoco atropellar los Derechos humanos. Lo que lleva en sus entrañas es un nuevo ser, con vida propia, sobre el que no tiene ningún derecho, sino la obligación de traerlo a este mundo.
Para los embarazos no deseados, para las situaciones límite o casos de extrema necesidad en que pueda encontrarse la mujer, siempre hay instituciones que apoyan y solucionan estos casos y siempre habrá brazos amorosos que acojan a la nueva criatura.
Nuestra legislación, que consideraba el aborto como un delito y lo despenalizaba en los tres conocidos supuestos, ha dado desgraciadamente el paso terrible y equivocado de convertirlo en un derecho de la mujer, durante un tiempo de la gestación: una ley de plazos.
Avanzar hacia un precipicio no es progresista, cuando se cae en la miseria moral y en la indignidad. Esta cuestión es tan grave que, cuando un médico abortista se convence de la maldad intrínseca del aborto, no se queda sólo en reconocer su error sino que se convierte en un activo antiabortista y no siempre por razones religiosas.
Hoy nos hemos sensibilizado hacia la humanización de la vida animal (supresión del maltrato a los animales, protección de ciertas especies de aves y reptiles desde el propio huevo) y nosotros nos deshumanizamos con la legalización del aborto.
¿La vida de un niño no vale un huevo? ¿Merece alguna especie mayor protección que la humana? No, el aborto repugna a la razón y a los derechos humanos
Grupo GESI