Artículo de opinión publicado el 25 de agosto de 2019 en el diario Las Provincias por Carmelo Paradinas, abogado.
«Es un principio filosófico generalmente aceptado. «Panta rei», todo pasa; no te bañas dos veces en el mismo río. Pero nos resistimos a aceptar que lo mismo sucede con nosotros, los seres humanos; cambiamos constantemente, de forma que el mismo río –si por la propia variabilidad del río ello fuera posible–, no podría bañarnos dos veces, porque la segunda nosotros ya no seríamos el mismo.
La experiencia confirma en nosotros la conclusión del filósofo de Éfeso; volvemos la cabeza atrás y comprobamos que muchas de las decisiones de nuestra vida no las repetiríamos “porque ahora somos otro”.
Sin embargo, el ser humano necesita seguridad, estabilidad y de ser cierto el predicado de Heráclito, nos veríamos condenados a navegar en un mar proceloso, sin brújula, ignorando la posición de los cuatro puntos cardinales. Aún admitiendo nuestra constante evolución, hemos de contar con asideros fijos, inmutables.
Si el hombre fuera un animal como los demás, su variabilidad sería tan intranscendente como la de un gato o una tortuga. Pero es extraordinariamente complejo en sí mismo como consecuencia de su inteligencia, lo que nos obliga a preguntarnos si a todos sus niveles esa variabilidad que Heráclito propone es posible o, a partir de algunos, ya no.
Además de su complejidad intrínseca, el hombre tiene otra externa, contenida en el principio de que es él mismo más sus circunstancias, que se entrelazarán en una descomunal maraña de interacciones. Y sin embargo, aún dentro de esa inextricable maraña de variables, necesita una orientación, pues caminar a ciegas sólo puede llevar al desastre y si nuestro camino cambia constantemente, es caminar a ciegas. Se mire desde la perspectiva que se mire.
Y por si esto fuera poco –en realidad es demasiado–, en la actualidad hay fuerzas muy poderosas y no siempre bien conocidas, empeñadas en destruir nuestros ya escasos asideros fijos. Vemos cómo principios desde siempre considerados fundamentales –pues lo son, de hecho y de derecho–, van siendo derogados: el derecho a la vida y la obligación de mantenerla, la igualdad ante la ley, la propiedad privada, la legítima defensa, la separación de los poderes (políticos), los derechos y deberes de la patria potestad…
La universalidad del hecho religioso aporta un nuevo sentido a la cuestión y obliga a tomar posición frente a ella. Se aceptará o no, pero hay que tomar posición. Es uno de los principales planteamientos del ser humano desde su aparición en la tierra. Y para quien lo acepta, llega a ser lo más importante de su existencia. Y la tesis de Heráclto se encuentra con su más obstinado oponente, pues el hecho religioso, en definitiva, Dios y cuanto con él se relaciona, son fijos, inmutables y no admiten esa variabilidad que Heráclito de Éfeso propone.
Para un católico es fácil establecer los hitos de nuestra fijeza. Hemos aprendido a desconfiar de veinte siglos de propuestas confusas, cuando no abiertamente erróneas e, igualmente, hemos aprendido a fiarnos solamente de los “certificados de autenticidad” que son los dogmas de nuestra fe. Y sabemos que el “panta rei” de Heráclto de Éfeso no les afecta porque son inmutables
Pero dogmatizar es peligroso. El correr de los tiempos y los avances de la ciencia no pueden ni siquiera hacer tambalear un dogma. Esa simple posibilidad es una impensable catástrofe.»