Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 18 octubre 2009.
Recuerdos y reliquias en Valencia
Vicente Graullera Sanz. Profesor Titular de Historia del Derecho (jubilado). Universitat de València.
Los valencianos siempre hemos sido un tanto exagerados en nuestras manifestaciones externas, y en alguna ocasión la devoción puede llegar a confundirse con el fetichismo. Me refiero a la búsqueda de recuerdos personales, y en algún caso a las reliquias. En el siglo el XV, debido a nuestros fluidos contactos con Roma y otros territorios italianos, la petición de reliquias era muy frecuente; había una gran demanda no sólo por parte de las iglesias sino también por particulares que las pedían a quienes viajaban a Roma o a los Santos Lugares: solicitaban cualquier reliquia, si no de la pasión, al menos de los santos más populares.
En diciembre de 1538, un sacerdote llamado Antonio Torrelles de Badía, vecino de Barcelona pero residente en Valencia, manifestaba ante el notario Pedro Linas que hacía unos días que había hecho donación a Luis Traver, beneficiado de la iglesia de San Andrés, de un pedazo de mandíbula de Santa Polonia que, traído desde Nápoles, este se la donó al convento de la Esperanza de Valencia. Cuenta también que esta reliquia fue encontrada en una caja, al derribar un pared, porque se estaban haciendo reformas en el monasterio de San Benito de Castellnou, en el reino de Nápoles («en una pared que havia trescents anys que stava alli perque axi fonch atrobat en hun pregami que estava dins dita caja e fonch desta forma que derroquant dita paret de la sglesia»). La caja encontrada contenía muchas reliquias, una de ellas titulada «barra de Santa Polonia». Al romperse un trozo que tenía tres dientes («trenquat hun tros ab tres dents»), se lo dieron a él, que fue quien la trajo a Valencia.
Pocos años después, en 1581, moría en Valencia el que luego sería conocido como San Luis Bertrán. Era este un fraile dominico que fue ordenado sacerdote en 1547, tiempo después enviado a América en misión apostólica, donde permaneció unos siete años, teniendo que regresar a su tierra debido a su quebrantada salud. Era tal su bondad que la gente lo tenía por santo en vida y, cuando murió en 1581, las colas de gente para ver sus restos y besar su hábito eran interminables. Tras varios días de exposición del cadáver, los frailes se dieron cuenta de que los visitantes, en su afán por llevarse un recuerdo, habían ido arrancando pedazos de su hábito, dejándolo prácticamente desnudo. Rápidamente le vistieron con otro hábito y le procuraron mayor vigilancia. Aun así, cuando le fueron a enterrar se dieron cuenta de que alguien, con la excusa de besar sus pies, le había arrancado el dedo gordo de uno de sus pies, consiguiendo así la codiciada a reliquia.
Estos ejemplos, de temática religiosa, son hoy en día extensibles a otros ámbitos, tanto en relación a deportistas, como a artistas e incluso a políticos, cuyos despojos salen a la venta sin ningún pudor y se exhiben públicamente como trofeos memorables.