Pilar Alfonso es una de los voluntarios de Universitas que este verano estuvieron en Ecuador atendiendo una Escuela de Verano para niños sin recursos. Éste es el relato de la experiencia que vivieron.
“La forma que tienen esos niños de valorar las cosas no es a lo que estamos acostumbrados en nuestra sociedad”
Durante el mes de julio, seis valencianos nos fuimos rumbo a Ecuador para colaborar en una escuelita de niños discapacitados en la ciudad de Quito. Se trataba de un campamento de verano al que acudieron cerca de 40 niños, de entre 5 y 16 años, aproximadamente la mitad de ellos con necesidades especiales.
Te vas un poco asustado al tratarse de un país desconocido, no saber bien con lo que te vas a encontrar al llegar y las dudas de si estarás a la altura de las circunstancias. Pero enseguida te das cuenta de que la ilusión y las ganas de dar lo mejor de ti mismo son más que suficientes para que esos niños disfruten de lo que estás haciendo, y hacer de la acción de voluntariado una experiencia inolvidable para todos.
Hay muchas formas de definir lo que es un voluntario. He encontrado una que lo define como “la persona que, por elección propia, dedica una parte de su tiempo a la acción solidaria, altruista, sin recibir remuneración por ello”.
La mayoría de las veces, sólo se define al voluntario en un sentido: DAR, OFRECER tu esfuerzo, tiempo, entrega, ilusión a los demás. Desde mi punto de vista, esta definición está incompleta. Es cierto que, inicialmente, cuando decides involucrarte en una acción de voluntariado esta es la idea principal, pero cuando la experiencia termina y haces balance de lo vivido te das cuenta de que predomina lo que has RECIBIDO de la gente con la que has compartido la experiencia, en nuestro caso, principalmente de los niños.
A lo largo del día, hacíamos talleres y juegos con los niños, los llevamos al parque, al zoo, etc. En muchas ocasiones, cuando te parabas a pensar, con la cara y la ropa llena de pintura o con un montón de niños encima, te dabas cuenta de que estabas disfrutando ¡tanto o más que ellos!
Por lo general, al final del día, llegábamos a casa derrotados. La vitalidad infantil podía con nosotros pero ese cansancio, ese esfuerzo, te lo dejabas en la cama cada día. En cambio, lo que recibes de ellos es algo que guardas para siempre. Cada día, con un GRACIAS POR TODO (muy poco frecuente en un niño de ocho años), abrazos, flores, dibujos dedicados, o simplemente, los más tímidos, con una mirada, una sonrisa o un gesto te agradecían todo lo hecho.
Tras la experiencia pudimos comprobar lo mucho que habíamos calado en esos niños, pero, ¿y lo que han calado ellos en ti? Para mí fue una lección de calidad humana. Al tratarse de un campamento con parte de niños con necesidades especiales, ver la interacción y ayuda desinteresada entre ellos fue algo increíble… La forma que tienen esos niños de valorar las cosas no es a lo que estamos acostumbrados en nuestra sociedad. Y, por supuesto, no es culpa de nuestros niños, no son peores personas, simplemente están en un entorno en el que se les ha dado todo sin necesidad de grandes esfuerzos. Y esa también es nuestra sociedad, es donde nos hemos criado, por eso considero, que salir a ver la forma de ver la vida que se tiene allí afuera es fundamental para darse cuenta de que, todo lo que nosotros vemos tan normal, quizás no lo sea tanto en otras partes del mundo.
Pero la experiencia no se ha limitado exclusivamente a esto, nos ha permitido conocer un país totalmente desconocido y con una diversidad alucinante. Hemos podido subir a los glaciares de un volcán a 5.000 metros de altura, montar a caballo, convivir con una comunidad indígena, pasear por la selva, bañarnos en playas del Pacífico pero, sobre todo, conocer a gente increíble.
Estuvimos dos semanas colaborando en una escuelita infantil con alrededor de 40 niños, la mitad aproximadamente de ellos eran tenían alguna discapacidad, síndrome de Down, autismo, hiperactividad, parálisis cerebral y otras discapacidades.
Durante este tiempo, les organizamos diferentes actividades. Empezábamos a las 8 de la mañana las clases con talleres de pintura, manualidades, y diferentes juegos con los que intentábamos estimular a los que tenían alguna discapacidad y sacarles una sonrisa a todos.
Hicimos también alguna salida con los niños, al zoo o al parque metropolitano, que fueron para ellos era toda una experiencia.
Al final de la semana tuvimos una jornada de clausura, en la que todos los niños participaron con números de baile o con una obrita de teatro, que realizaron para sus padres.