Publicado en el diario Las Provincias. Domingo 20 febrero 2011.
El informe Pisa o el ocaso de nuestra enseñanza
Por Juan Alfredo Obarrio Moreno. Profesor Titular de Derecho Romano. Universitat de València.
A juicio de numerosos críticos, el discurso de Cicerón en defensa del poeta Aulo Licinio Arquias, la conocida Oratio pro Archia, se halla entre las páginas más importantes de la literatura universal. En esta obra, Cicerón llevó a cabo una reflexión serena y lúcida sobre la actividad intelectual del hombre, del disfrute de toda palabra, figura o signo, de la experiencia literaria en su sentido más amplio, la misma que nos permite adquirir, no una mera erudición, sino una formación y una dimensión intelectual que se obtiene a través de una disciplina y de una educación ennoblecida por un elevado ideal: la búsqueda de un saber que da sentido y esperanza a nuestra vida.
Veinte siglos después, cuando la intelectualidad languidece y el verso horaciano sapere aude –atrévete a saber– no es memoria, sino silencio entre buena parte de nuestros jóvenes universitarios, informes como el de Pisa nos enseñan que ninguna reforma educativa será viable si previamente no se someten a una revisión profunda aquellos saberes que son la cobertura y el soporte de nuestra sociedad.
Mi experiencia docente me lleva a reflexionar sobre la compleja y controvertida cuestión del estudio de la asignatura de Historia, de su reescritura histórica al servicio de la ideología política, y no, como sería deseable, para favorecer su conocimiento, lo que ha contribuido a sentar las bases de una pedagogía del revisionismo, de un revisionismo destinado, bien a construir identidades nacionales sin base científica o histórica, bien a recuperar una cuestionable “memoria histórica”, desconociendo que Historia y memoria no son términos equivalentes, sino, hasta cierto punto, opuestos, porque la memoria es siempre subjetiva, mientras que la interpretación histórica tiende –o debería tender, como toda Ciencia– a una comprensión de los hechos lo más verídica posible, sometiéndolos a rigurosos criterios de interpretación racional.
En este sentido se pronunció la Real Academia de Historia, con un rotundo Informe publicado en el año 2000, en el que se analizaba el contenido de los manuales de Historia, lo que provocó –cómo no– el rechazo unánime de las comunidades controladas por los nacionalismos periféricos. Idéntico criterio se puso de manifiesto en el trabajo de Manuel Romero, publicado en el año 2007. En ambos informes se advertía de realidades como la minusvaloración de la Historia anterior a la etapa contemporánea –“lo que promueve la desconexión entre el pasado más lejano y el más próximo”–, la visión parcial y desdibujada del proceso histórico español, la inadecuada didáctica de su estudio, donde la tendencia curricular tiende a valorar más los métodos de trabajo del alumno, que el propio conocimiento de la asignatura, o lo que es más grave: se constataba la utilización de la Historia para inculcar en los alumnos “sentimientos de identidad en el ámbito regional”.
Pasados más de diez años, estas recomendaciones han caído en el olvido de algunos de nuestros gobernantes, quienes siguen pensando que la Historia “se construye” en función de quién la financia. Y así, seguimos observando con estupor cómo, en los libros de texto de algunas comunidades autónomas, se difumina el valor de la Constitución en beneficio de sus Estatutos de Autonomía, cómo se desconocen los hitos del Descubrimiento, se minimiza el impacto del terrorismo, se elude la palabra España, se publicitan las aspiraciones nacionalistas de regiones como Québec o Montenegro, se falsifica la historia local, con tesis como que la Guerra de Sucesión significó el final del “Estado” catalán, se inventa una nueva dinastía, como, por ejemplo, la de “Ferran de Catalunya i Aragó”, o un Estado: los inexistentes Països catalans, se llega a omitir que en la versión original de Els Segadors se incluían frases de exaltación a “la fe de Christ” y vítores a “lo rei d’Espanya, nostre señor”, expresiones que fueron excluidas a finales del siglo XIX, cuando se empezó a construir el imaginario nacionalista; o se convierte, sin más, a Sancho III en el primer Rey de la poética Euskal Herria, en el configurador del Estado Vasco, lo que nos hace recordar, con cierto cariño, la famosa exclamación de Federico Trillo cuando era presidente del Congreso.
Con este simple ejemplo he querido manifestar que el problema no es tanto que un informe nos diga lo que todos sabemos: la existencia de un déficit de conocimiento en nuestros escolares, sino que éstos, en su inocencia, den por ciertos determinados hechos de un pasado mítico, sin base crítica alguna, lo que los inclina a convertirse en homo sacer, es decir, en jóvenes sin amparo y protección, sometidos a la discrecionalidad de un poder que no es, ni fue, testigo de la Historia, como no lo fueron aquellos libros de caballería que llevaron al bueno del Don Quijote a sostener: “Tengo ya el juicio libre y claro, despejado de las sombras de la ignorancia con las que me ofuscó mi amarga y continua lectura de los detestables libros de caballería. Ya conozco sus disparates y sus embelesos, y sólo me pesa haber llegado tan tarde a este desengaño”. Nosotros conocemos del engaño de esa cultura, de esa enseñanza decorativa y diletante. Ahora sólo nos queda confiar en que nuestros estudiantes huyan a regiones donde habiten las ideas, aquellas que solitariamente perduran en el tiempo.
Grupo GESI