EL SANCHISMO NO ES PROGRESISMO, SINO PROCESISMO

EL SANCHISMO NO ES PROGRESISMO, SINO PROCESISMO

Jesús Ballesteros. Catedrático Emérito de Filosofía del Derecho y Filosofía Política. Universitat de València

«El progresismo, como decía la RAE, se caracteriza por el pensamiento que defiende las libertades públicas. El sanchismo, en total contradicción con el progresismo, no soporta la discrepancia e intenta, hasta ahora desgraciadamente con bastante éxito, controlar las instituciones poniendo en grave riesgo el Estado de Derecho.

               El sanchismo ha adoptado desde el principio un doble perfil. Por un lado, de demonización del Partido Popular, en perfecta continuidad con el Pacto del Tinell de 14 12 03, firmado por los líderes del tripartito catalán (PSC, ERC y Esquerra Els Verds), cuyo espíritu inspiró también la acción del gobierno de Zapatero, empeñado en que la oposición no pudiera gobernar nunca. De otro lado, desde su infundada y torticera moción de censura a Rajoy, se ha apoyado en los Partidos que querían destruir la Constitución del 78, como Podemos primero y, después, previa traición a Iglesias, Sumar, así como Bildu y en menor medida el PNV, que ha acusado a Sánchez de usarles como Kleenex, pero que sigue de momento en su órbita, y de modo aún más radical, especialmente los separatistas catalanes, como ERC y JpC. Por ello, siguiendo también a Zapatero, quien afirmó aprobar el Estatut de Catalunya tal como saliese del Parlamento catalán (aunque negase a los españoles su condición de ciudadanos libres e iguales), el sanchismo tiene perfecta continuidad con el procés separatista catalán, ya que subordina toda su política a no perder el apoyo de los partidos separatistas catalanes para mantenerse en la Moncloa, aunque ello implique aceptar la anticonstitucional amnistía y la condonación de la gigantesca deuda catalana, que deberían pagar el resto de los españoles, así como la entrega de la mayor parte de los fondos europeos. De ahí que su verdadero nombre sería el de ‘procesismo’, por el apoyo y rendición incondicional ante los líderes del procés.

               La excusa es reducir la importancia del separatismo con una política a lo Chamberlain. Pero, como ocurrió en aquel caso –los separatistas también creen en la superioridad de su raza–, lejos de pacificarse, han aumentado sus pretensiones. Como se ha visto con Puigdemont, quien aseguró no apoyar a Sánchez hasta que éste orinase sangre. En efecto, éste se ha mostrado dispuesto a derramar sangre, pero no lo suya (!quizás no tiene!), sino la de España.

               Por lo que se refiere a su presunción de ser un bloque de izquierdas, hay que decir que nada tiene que ver con la izquierda socialdemócrata del verdadero PSOE de Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Leguina, Nicolás Redondo, Virgilio Zapatero, Juan Alberto Belloch, y un larguísimo etc., caracterizada por la defensa de la igualdad y de la equidad social de acuerdo con el espíritu de Robin Hood, considerando urgente gravar a los ricos para apoyar a los pobres. El sanchismo nada tiene de este izquierdismo, ya que roba a las regiones más pobres de España para darle el dinero a las ricas, como Cataluña y el País Vasco. Con razón el PP acusa al sanchismo de alta traición al PSOE auténtico.

               La izquierda del sanchismo es izquierda populista preocupada por destruir a las empresas (han quebrado una media de 20.000 por año desde que están en el poder), empezando por las pequeñas y medianas y con los autónomos, debido a  unos impuestos desorbitados destinados a comprar el voto con subvenciones, y repartiendo el dinero sin más criterio que el electoral, por ejemplo, repartiéndolo entre los jóvenes, en vez de conseguir empleo estable, jugando con burlas desde su denominación como los “fijos discontinuos”. El sanchismo es populismo casi fascista por el obsceno culto a la personalidad del jefe. El sanchismo es también izquierda antifreudiana en la línea del postestructuralismo de Derrida y Guattari, que elevan los deseos irracionales a origen de derechos, frente a Freud que consideraba necesario que el deseo se sometiese a la razón como el principio de placer al principio de realidad, para no caer esclavos del principio de muerte del impulso. Quizá con todo el lado más peligroso del sanchismo radica en querer abolir la independencia del poder judicial. Ya ha empezado con poner el Tribunal Constitucional y el Tribunal de cuentas a su servicio, al servicio de la dominación cesarista. Pero continuará haciéndolo con el control de CGPJ, sin aceptar la recomendación europea de que sean los jueces los que elijan a los jueces, concediendo la amnistía a todos los condenados del procés, dándole Navarra al País vasco, etc.

               Si el pueblo español no abducido por el sanchismo no cobra conciencia de la extrema gravedad de la situación, nos espera una dictadura que acabará con las libertades y que nos empobrecerá en todos los ámbitos, del económico al del pensamiento. No cabe estar dormidos ni indiferentes, creyendo que todos los políticos son iguales.»