El presidente del Gobierno español y los poderes universales

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Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 28 noviembre 2010.

El presidente del Gobierno español y los poderes universales
Por José Sarrión Gualda. Catedrático de Historia del Derecho. Universitat Jaume I.

Cristianizado el Imperio romano, Roma se convirtió en el centro de la cristiandad naciente. El Papa, sucesor de Pedro, y la Iglesia adoptaron símbolos del mundo romano. Uno de ellos fue denominar Sumo Pontífice al Papa. Éste, titular del sumo poder espiritual, nunca negó –ni menos asumió– el dominio de las dos espadas (la temporal y la espiritual). La doctrina güelfa no llegó más allá de afirmar que el emperador ejercía el poder temporal por delegación del Papa. La aplicación a la política del consejo de Cristo de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios ha permitido la doble instancia de poder: uno temporal –civil o laico– ejercido por el emperador, y otro espiritual, los cuales, en el devenir histórico, han estado siempre a cargo de dos personas diferentes.

La Iglesia, Católica, Apostólica y Romana ha permanecido así hasta hoy; sin embargo, el Imperio Romano desapareció. Siempre asombró el derrumbamiento y caída de tan poderoso Imperio y los historiadores siempre se preguntaron por las causas de su desaparición. Además, durante la Edad Media se consideró que el espíritu, la idea o el alma del Imperio no quedó enterrada dentro de los escombros del Imperio Romano sino que, descorporizada del Imperio, se fue encarnando en sucesivos imperios. Primero fue el carolingio, y luego el Sacro Imperio Romano Germánico, sin que nos atrevamos a afirmar que en la modernidad los sucesivos Imperios español, francés y británico hayan encarnado esa supuesta alma o idea del imperio. En nuestros días la idea de imperio parece haber emigrado del mundo británico al norteamericano.

Detengamos aquí esta entradilla histórica y vayamos al asunto que nos ocupa. Ante estos dos poderes universales nuestro Presidente ha tenido una actitud poco acertada. Ante el “imperio” norteamericano, cuando era el jefe de la oposición y con ocasión de un desfile de las Fuerzas Armadas, mantuvo sus posaderas atornilladas a la silla al paso de la bandera y de los soldados americanos que vinieron a desfilar con nuestras tropas. No estuvo acertado y los americanos tomaron nota. La cortesía y la corrección sólo le obligaban a levantarse sencillamente del asiento. Nadie le exigía doblar la cerviz ni adoptar una actitud anatómica humillante, que fue precisamente la que mantuvo luego, a veces un poco esperpénticamente, ante el presidente Bush, de nulo carisma y escaso talento, que no lo recibía o le dirigía un fugaz y frío saludo.

El entonces aspirante lleva ya seis años en posesión, más que en ejercicio, de la Presidencia del Gobierno. Y estamos en las mismas: ahora le ha tocado al Papa. Si entonces representó un trasnochado antiamericanismo, ahora ha herido los sentimientos de muchos españoles e ignorado la cortesía. Si un huésped viene a tu casa no es suficiente que lo atiendan bien todos los miembros de tu familia: es necesario que estés tú también presente. Si apareces en el momento de despedirse, casi es peor: tu ausencia aún podía deberse a una causa justificada. Este señor, mal que me pese, es mi Presidente y de todos los demás católicos españoles, muchos o pocos, según echen las cuentas unos periódicos u otros. Con la ocasión de la visita del Papa, algunos medios de comunicación, en vez de hacerse eco del mensaje que traía, se han dedicado a elementales ejercicios de sociología sobre el descenso de los matrimonios católicos o el de la práctica religiosa. Zapatero estaba obligado a atender al Papa, como Presidente de los españoles en general, entre los que se cuentan no pocos católicos.

La actitud ante los americanos nos perjudicó a todos los españoles y favoreció poco nuestros intereses económicos, al tiempo que somos considerados aliados poco fiables. Ahora ha pasado a la ofensa de los sentimientos más profundos de gran parte de la población española. Tampoco le hubiera venido mal oír, aunque se empeñe en no escuchar, alguna de las verdades sobre la que se ha forjado la cultura del mundo occidental. El Papa ha venido a revitalizar los fundamentos de una civilización cristiana. El Presidente a lo mejor se hubiera enterado de que la paz mundial ha de asentarse sobre unos valores ya inventados: la fraternidad universal sobre la que ya hablaron los estoicos y que funda la teología católica sobre la filiación divina de todos los hombres. No, no se ha portado como era su deber con el Papa. No aprende. Y se presentó a última hora, como un mal profesor, para explicarle al Papa (una mente muy clara y profunda) algunos puntos de la Constitución Española. Sólo faltó que le hubiera regalado un ejemplar de la Constitución Española con tapas rojas y lomo morado. Este chico no aprende, aun está en la primera cartilla: “la P con la A: PA, a ver, José Luis, repítela dos veces: PAPA”.

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