La corrupción política, crimen y castigo.

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La corrupción política, crimen y castigo.
Pablo M. Cencillo Abad (Estudiante Lic. Física, Universidad de Valencia)

“Suprimir la pena mayor en los delitos que atacan la seguridad del Estado, y con ella la de los individuos que le componen, y conservarla en los delitos que se perpetran contra los particulares solamente, me parece una inconsecuencia monstruosa (…), como quiera que, una vez aplicada a los primeros una pena que no sea la de muerte, cualquiera otra que se aplique a los segundos ha de faltar a las reglas de la buena proporción y ha de ser combatida como opresiva e injusta.”
Donoso Cortés – “Ensayos sobre catolicismo, socialismo y liberalismo”.

Desde que se instaurase la pena capital en tiempos primigenios, coincidiendo con el nacimiento de las ciudades, y por ende, de la sociedad, hasta nuestros días, la pena de muerte ha ido en declive constante hasta su práctica eliminación en el mundo occidental y la casi total reprobación por parte de la población en la actualidad. Casi a la par, que el pensamiento humano fue capaz de evolucionar y ver otras vías para castigar, enseñar y disuadir a sus habitantes del delito.

Pero en 1851, la visión sobre la pena de muerte distaba mucho de la actual. Así, esta cita de Donoso Cortés, marqués de Valdegamas, gran intelectual y filósofo, hemos de estudiarla y entenderla en su contexto: analizarla en profundidad entrando a la verdadera idea que en ella se manifiesta.

Así pues, no entenderíamos en la actualidad el pensamiento del que fuera diputado en las cortes españolas, como una aclamación a la ejecución por delitos políticos, y los que no lo fueran –como es la idea que defiende Cortés en su momento-. Sino como la llamada de atención ante lo que se presenta como “una inconsecuencia monstruosa” y es que el castigo a los delitos políticos, si no es en el máximo grado posible, supone una desproporción injusta ante las penas impuestas por delitos cometidos por la sociedad civil, que nunca llegarán a ser como aquellos que se cometen contra el estado, es decir toda la sociedad y su equilibrio.

Esta denuncia de Donoso Cortés, parte de una concepción del estado como propia. No un ente ajeno al ciudadano y a su realidad, sino la plasmación jurídica y administrativa de lo que social e históricamente representa y es la patria. Una forma de entender la vertiente pública cargada de responsabilidad y dignidad.

El delito más grave es aquel que se comete desde la propia estructura del poder, pues corrompe al estado y desestabiliza la sociedad, haciendo un uso egoísta y perverso de los poderes que coyunturalmente se asumen, para poder llevar a cabo las labores que tiene encomendadas la figura en cuestión –el gobernante- y que redundan y posibilitan que el estado exista y la sociedad se desarrolle en orden, factor indefectible para que el pueblo tenga libertad.

Con los recientes, aunque por otra parte tristemente antiguos y continuos, acontecimientos políticos por los innumerables escándalos de corrupción, conviene retomar la lectura de este fragmento para plantearnos si acaso no debemos los ciudadanos exigir, y remarco bien, exigir, sin pausa, dignidad, responsabilidad y limpieza en la actuación de nuestros gobernantes y representantes.

Parece, por contra, que existe gente empeñada en señalar los supuestos “colores” de quien es el artífice de semejante estafa y delito contra la ciudad, para a continuación extraer conclusiones según las cuales la actuación responde a la ideología de toda la organización política, por serlo, y no por sus personajes. Una manera más de desenfocar el verdadero asunto: aquellos indecentes que roban, estafan y nos atacan, desde las posiciones que les cedemos para regir responsablemente nuestra sociedad.

Debiéramos pues, todos los ciudadanos que aspiramos a vivir en una sociedad organizada, con independencia del carnet político, o de la ideología personal, exigir que los responsables de esta corrupción paguen con el máximo castigo posible. Tendríamos que sentirnos insultados individualmente. Porque, aquellos que desde cargos públicos pervierten y desvirtúan nuestros organismos encargados de velar por la justicia y orden de nuestra nación, están atacando a lo que nos hace verdaderamente humanos: nuestra libertad.