José Sarrión Gualda, maestro y amigo

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Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 11 diciembre 2011.

José Sarrión Gualda, maestro y amigo
Por Aniceto Masferrer. Profesor Titular de Historia del Derecho. Universitat de València.

Hay personas que transitan por este mundo haciendo el bien y sus vidas desprenden una luz cuyo fulgor permanece radiante entre quienes tuvieron la suerte de poderlas tratar. No digamos ya si, por motivos familiares, profesionales o de cualquiera otra índole, uno pudo estrechar lazos con ellas. Cuando estas personas transitan de este mundo al otro, producen un vacío y un sentimiento de orfandad tan grandes que sólo es posible mitigar con el convencimiento de que no están con nosotros porque, sencillamente, han transitado de este mundo al otro, pero siguen estando ahí y podemos contar con ellos, aunque de otro modo –en parte, más íntimo– hasta que llegue nuestra hora.

José Sarrión Gualda es, sin duda, una de esas personas. Falleció este viernes, 9 de diciembre, a las 15 horas, en Valencia, rodeado y acompañado hasta el último momento por sus familiares y amigos. Pepe, como le llamábamos quienes le tratábamos más asiduamente –y así sigo dirigiéndome a él–, fue, en primer lugar, un marido y padre de familia ejemplar: siempre disponible, atento, servicial y con esa chispa de buen humor y sentido positivo que hacen tan gratas la convivencia humana y la vida de familia en particular.

Fue, además, un gran profesional: trabajando en la Administración desde 1967 como Técnico de Administración Civil del Estado, donde llegaría a ocupar el cargo de Subdirector General de la Conselleria de Governació de la Generalitat de Catalunya, elaboró una brillante tesis doctoral (‘Historia de l’Escola d’Administració Pública de Catalunya’, 1980) que le permitió concurrir y ganar una plaza de Profesor Titular de Historia del Derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona (1986), otra de Catedrático en la Universitat de Girona (1993), obteniendo finalmente la de la Universidad Jaume I de Castellón (2001), donde fue Director de su Departamento durante seis años y trabajaba –desde el pasado mes de septiembre– como Catedrático emérito. Autor de varias monografías y numerosos artículos, el profesor José Sarrión gozaba de un –más que notable– prestigio en su disciplina, por el rigor científico de sus publicaciones –escritos siempre con un estilo magistral–, por su vasta cultura y amplitud de conocimientos y, en particular, por su profunda humildad.

Fue él quien dirigió mi trabajo de tesis doctoral y a él debo buena parte de mi formación académica como profesor universitario. Tras más de quince años de estrecha colaboración con él –era para mí, además de maestro, amigo entrañable–, puedo decir que nunca criticó ni habló mal de nadie; de hecho, no recuerdo haberle oído jamás una palabra de crítica contra nadie. No se daba importancia a sí mismo y tenía una sorprendente capacidad de admiración hacia las personas y la realidad. Era una persona accesible, sencilla, sobria, de conversación grata y enriquecedora y con un espíritu deportivo encomiable. Con él aprendí a jugar a tenis en los primeros años de mi carrera académica. Conforme iba aprendiendo, le resultaba más costoso ganarme y, durante un tiempo, me seguía ganando pese a mis progresos. En ese contexto, recuerdo que jugando un día nuestro partido semanal, tras un disputado y prolongado punto en el que ambos dimos todo lo que pudimos, lo ganó. Acercándose a la red, me pidió que me acercara también yo. Al llegar, me dijo en voz baja: ‘Setu: tú serás mejor historiador del Derecho que yo, pero a tenis no me ganarás jamás’. Yo, en confianza, repuse: ‘Pepe: jamás llegaré a ser un historiador del Derecho como tú, pero en dos años no podrás ganarme al tenis’. Tengo que reconocer que ahí estaba yo en lo cierto y no él, pues empecé a ganarle a tenis (aunque no me resultaba fácil), pero estoy convencido de que jamás alcanzaré su competencia profesional ni su bondad humana.

El hecho de que, no solo no le importara, sino que deseara que su discípulo fuera mejor que el propio maestro refleja su magnanimidad y generosidad, propio de una persona de corazón grande y miras amplias, alejándose del individualismo narcisista de quienes se entristecen frente al bien ajeno, o se sienten agraviados por quienes gozan de oportunidades o cualidades que ellos carecen, actitudes lamentablemente patentes en la Universidad y que me mantuvieron al margen de ella hasta que conocí a mi querido maestro y amigo José Sarrión.

Recuerdo que el día en que le conté lo que se hacía desde la Fundación Universitas (proyectos de voluntariado con universitarios para apoyar a gente enferma y necesitada, de todas las edades; actividades formativas y culturales para estudiantes; proyectos de cooperación al desarrollo en países latino-americanos y asiáticos; etc.), me preguntó de inmediato de qué modo podía colaborar. Tenía, sin duda, un corazón grande. Fruto de esta relación con Universitas, era miembro del ‘Grupo de Estudios Sociales e Interdisciplinares’, y escribía de vez en cuando artículos de opinión para Las Provincias. Su último artículo aparecía publicado el pasado martes en esta misma sección, y aquel mismo día le traje al hospital un ejemplar del periódico con su artículo publicado. Le gustaba escribir y lo hizo hasta el final de su vida.

A él va mi agradecimiento más sentido, consciente de mi paupérrima correspondencia, y convencido de que ahora, desde arriba, seguirá apoyándome hasta que llegue mi hora.