Publicado en el diario Las Provincias. Domingo, 20 septiembre 2009
Lecturas de verano
Juan Alfredo Obarrio Moreno. Profesor Titular de Derecho Romano. Univeristat de València.
Finaliza el verano, y atrás quedan, como compañeros de viaje, las lecturas de algunos libros pendientes que se resisten, como viejos amantes, a ser olvidados en la memoria del tiempo.
Desde adolescente, la literatura, como el arte en general, ha venido a conformar un particular refugio en mi vida, que me rescata de un tiempo y de una política que disuelve la conciencia y la virtud para presentarnos una realidad que, a mi juicio, es una continua huida de aquellos perfectos cánones que llevan al hombre a crecer y a vivir más allá de sí mismo, dotándolo del recto sentido moral que la brújula de la inteligencia marca.
Así, en la literatura tenemos las palabras, y las palabras llenan el espacio, se quedan en el aire, se pueden escuchar, sentir y experimentar su peso. Por el contrario, en la política, las palabras quedan relegadas a un segundo plano, siendo absorbidas, ridiculizadas y abandonadas sin antes haberlas comprendido en toda su eternidad.
Cuando leemos a quienes cuidan el idioma, a quienes nos transportan a una época y a unos personajes que se convierten en sueños que abrazan la realidad, sabemos que la palabra, como la vida, se vuelve sabiduría, y es entonces cuando comprendemos que en la Palabra, todo, sin la Palabra, nada. Y así, todavía hoy, cuando las recordamos, no nos parecen escritas, sino habladas: no las leemos, las sentimos. Y es entonces, cuando el adjetivo no sólo se convierte en aventura, sino en camino, en verdad y vida, abriéndonos los ojos del sueño a un mundo en transformación, que no es el del acatamiento a lo políticamente correcto, sino el que impide que los hombres se conviertan en árboles ocultos a esa lucha que es de ayer, de hoy y de siempre, y que nos lleva a recogernos en esa Palabra donde la Verdad descansa.
Atrás quedaron libros que nos enseñaron a detenernos y a contemplar la quietud de un instante, a comprender que la vida no es, como nos describe Kafka, una espera trivial y fortuita, un proceso que aboca al hombre a una amalgama de laberintos que son, como en el ‘Fausto’ de Goethe, la antesala de su propia ejecución, sino una continua esperanza, la que nos invita a descifrar la profundidad de un alma que descree del fracaso o del éxito, de las escuelas y los dogmas, y que entiende que la vida y los sueños son hojas de un mismo Libro Sagrado, cuya mera lectura invita a adentrarnos en un tiempo y en un espacio que son la verdadera conciencia de la humanidad, aquella en la que el cuerpo piensa y el alma se toca.
En breve, el tiempo caerá sobre las hojas húmedas, y atrás quedarán, en la trémula luz de nuestras vidas, aquellas lecturas que duermen, con respiración pausada, en los campos de nuestra memoria.