La política, el rinoceronte y el ornitorrinco

La política, el rinoceronte y el ornitorrinco

Por por Pedro Talavera. Profesor Titular de Filosofía del Derecho y Filosofía Política (Univ. de València).

«En 1997 Umberto Eco publicó un libro compuesto por dos extensos ensayos sobre semiótica titulado ‘Kant y el ornitorrinco’. El título es sin duda uno de los más originales y pegadizos con los que se ha presentado una disciplina tan ardua como la semiótica. Quizá por eso hizo fortuna en los medios culturales y era muy citado por quienes se las daban de intelectuales, aunque no creo que fueran muchos los que se adentraran en su complejo contenido, a pesar de los esfuerzos de Eco por usar un lenguaje divulgativo.

El segundo ensayo de la obra es el dedicado a Kant y a cómo habría encajado en las categorías de la Crítica del Juicio a un animal como el ornitorrinco, si hubiera conocido su existencia, ya que fue descubierto en Australia 80 años después de su muerte. Al comienzo de este ensayo Eco invoca, como ejemplo de la tesis que va a sostener, un pasaje de la crónica de Marco Polo cuando desembarcó en Java. Allí vio por primera vez un rinoceronte y, asombrado, trató de encajarlo en las categorías de animales conocidos: un cuadrúpedo con un cuerno en la cabeza. Puesto que el imaginario cultural de su tiempo le ofrecía la imagen del Unicornio como cuadrúpedo con un cuerno en el hocico, Marco Polo definió a esos animales como unicornios, si bien en un alarde de honradez admitió en su crónica que eran unos unicornios bastante raros, “porque ni son blancos ni son esbeltos (pelo de búfalo y pata de elefante), el cuerno es negro y poco agraciado y la cabeza parece la de un jabalí”. Y concluye: “no parece, como decimos nosotros, que vaya a dejarse capturar por una doncella, sino todo lo contrario”.

Este ejemplo ilustra bien lo que sucedió en la Modernidad con el cambio radical de paradigma en la concepción de la política. En el ideal clásico (el ‘unicornio’) aparece como una tarea ética realizada por hombres libres que, a través de la palabra, acuerdan juntos su destino (el bien común) y que exige al gobernante asumir su tarea no en clave de poder y dominio sino de razón y virtud. Palabra, virtud, justicia, bien común: he ahí las categorías que sintetizaron durante siglos ese ideal. Fue Maquiavelo quien convirtió el unicornio en un rinoceronte, sacando a la política del ámbito de la ética y definiéndola como el instrumento para obtener, conservar y acrecentar el poder y exaltando como cualidades del buen gobernante los antivalores más detestables: el temor en lugar de la confianza, la apariencia en lugar de la virtud, la demagogia en lugar de la verdad.

A partir de entonces el proceso de degradación de la política fue inevitable y la imagen ideal del unicornio fue demolida fulgurantemente por la realidad tosca del rinoceronte. Aun así, el arquetipo de cuadrúpedo con cuerno en la cabeza se mantuvo: formalmente existe el Estado de Derecho, funcionan los parlamentos y hay elecciones democráticas mediante las cuales elegimos a representantes políticos y gobernantes. Pero la realidad de la acción política y de sus actores pocas veces ha superado ‘el pelo de búfalo y la pata de elefante’.

Sin embargo, aún no habíamos tocado fondo. Basta observar el actual ecosistema político español para constatar que la distancia sideral existente entre el ideal y la realidad política ha alcanzado tales dimensiones, que nuestros políticos ni siquiera encajan ya en la devaluada imagen del rinoceronte. Hoy solo cabe observarlos con el mismo estupor con el que Kant contemplaría a un ornitorrinco si tuviera que introducirlo en alguna de sus categorías. Un mamífero que pone huevos, que tiene pico de pato, cola de castor y patas de nutria, que es anfibio y venenoso, desafía toda lógica y racionalidad. Es un contrasentido de la evolución. Así sucede con la mayoría de nuestros políticos y con aquello que pretenden hacer pasar por ‘acción política’ (si Hannah Arendt levantara la cabeza). Qué lógica permite explicar el aquelarre de las mociones de censura, el vodevil (permanente) de Cataluña, el sainete de las elecciones en la Comunidad de Madrid, el corral de comedias de las sesiones de control en las Cortes, el desbarajuste de la vacunación, el guirigay de las medidas frente a los contagios… y eso sin entrar en cuestiones de fondo, como la aprobación de una ley de eutanasia que supone la definitiva demolición del que ha sido hasta ahora el pilar moral más firme de nuestra sociedad: la incondicional protección de la vida humana.

¿Qué queda hoy de la política? Ya ni siquiera puede vincularse con el arte de la palabra, porque en el discurso político ha desaparecido hasta la retórica. No se expresan ideas que puedan ser comprendidas, sino eslóganes y consignas creadas por expertos en marketing político. No se pretende convencer sino vender una mercancía a través de una propaganda infectada de verborrea. Tanto da si es un detergente o la promoción de un candidato. No hay vestigio de razón, ni de verdad, ni de virtud, ni de talento, ni de bien común. Y hay una intolerable sobresaturación de televisión, de encuestas, de redes sociales… de todo aquello -vuelvo a Hannah Arendt- “que se confunde con la política, pero es en realidad lo que mata a la política”. Y, entre tanto, España se desmorona y se desintegra ante la falta de un proyecto compartido, de un horizonte común ilusionante que nos convoque a todos.

Hubo un tiempo en que era tópico decir en el mundo universitario que un camello es el animal diseñado por una comisión. Hoy podríamos parafrasearlo diciendo que aquello que se percibe en el discurso y en la acción de gobierno de los políticos españoles supera con creces la increíble realidad del ornitorrinco.»