CAUDILLAJE, LIDERAZGO Y COALICIONES

CAUDILLAJE, LIDERAZGO Y COALICIONES

Artículo publicado el domingo 2 de octubre en el diario Las Provincias, por Carmelo Paradinas, Abogado y miembro del Grupo de Estudios Sociales e Interdisciplinares (GESI – Fundación Universitas)

“La Historia nos enseña que la forma natural de elegir al jefe de una comunidad, nueva o decisivamente renovada, fue el liderazgo, el caudillaje. De forma espontánea, unánime, un miembro de esa comunidad asumía su dirección por demostrarse el más capacitado para ello. Inconscientemente, seguían el eficaz ejemplo de los grupos del reino animal -perdón por la comparación-, cuyo mando es tomado por el espécimen más apto y fuerte.

La cosa se complicó cuando, constituida la comunidad, sus miembros se miraban entre sí y surgía la pregunta: «Y ahora…¿quien va a mandar aquí?». Porque no había nadie que destacara por sus méritos o había varios con méritos similares. Se recurrió a sistemas de  poder compartido -diunviratos, triunviratos-, que  no funcionaron porque resultó que a todos les sobraban sus socios en el poder y acababan de mala manera.

La situación evolucionó a una solución durante mucho tiempo bien recibida. Se pensó que aquellas dotes del caudillo inicial, con buena preparación y buena suerte, podían pasar a sus hijos, a los hijos de sus hijos y así sucesivamente. Pero los griegos, o al menos eso dicen ellos, inventaron la democracia, literalmente, «el gobierno por el pueblo»; cosa   complicada, sobre todo en comunidades amplias, con muchos miles de

individuos. La solución intermedia fue que los ciudadanos elegían a unos «electores» que acababan eligiendo (!) a unos efectivos gobernantes cuyas capacidades eran casi siempre poco conocidas o incluso desconocidas por el pueblo soberano. Estas soluciones salían unas veces bien y otras mal, y siempre muy alejadas del caudillaje inicial.

Y llegamos a la actualidad. Enzarzados en una lucha secular, los partidarios deaquel sistema de gobierno hereditario -«monarquía»- y los del gobierno por el pueblo -«república»-, han  cristalizado en un enjambre de propuestas de  gobierno  -«partidos políticos»-  en los que el ciudadano de a pie se encuentra desorientado, cuando no francamente perdido. Y en ese preciso momento, para acabar de arreglar las cosas, hacen su aparición las coaliciones.

No me cabe la menor duda de que una coalición política racional y coherente puede ser, en determinados momentos de la historia de un país, incluso necesaria. Pero no es fácil de conseguir y tampoco de manejar. Es aceptable una coalición entre partidos afines que se refuerzan entre sí en rectos objetivos, suavizando sus diferencias en lo accesorio. En   situaciones de peligro común, puede ser incluso providencial una coalición transitoria entre fuerzas antagónicas, delicada maniobra reservada para países de gran madurez política. Mas, por supuesto, coaliciones entre partidos dispares con la única finalidad de alcanzar el poder y, desde él, repartirse amigablemente los cargos, son, sencillamente, espúreas.

De forma generalizada, los coaligados negocian entre sí, aceptan  de otros lo inaceptable y renuncian a objetivos propios irrenunciables. Sus partidarios, los que les auparon al poder con sus democráticos votos, tardan en enterarse. Y cuando en propias carnes perciben que aquello ni se parece a lo prometido, ya no tiene remedio.

El pináculo del disparate se alcanza en el ámbito de las personas que por este medio llegan al poder. A diferencia de lo antedicho sobre las incumplidas promesas electorales, de lo primero que todos nos enteramos es de la llegada al poder de personas que fracasaron en repetidos intentos personales de acceder a cargos públicos, hasta que una coalición, incluso con partidos desconocidos, los introdujo por una puerta trasera.

El que accede al mando del grupo, sea por méritos propios, por herencia de sangre, por  elección  o  por   la puerta   trasera, ha de tener convicción  de ser «el que manda». Es inevitable, pues de lo contrario sus días en el cargo estarían contados; esto lo aprenden pronto y bien, y se estrenan en ocasiones con energía desmedida. Pero el mando es un arma de doble filo que no tardará en herir la mano de quien la maneja con torpeza, pues los errores serán constantes y garrafales. Una vez más hemos de recordar aquello de que los experimentos  se hacen con gaseosa, no con champán francés.

En  nuestros  días   todo  el  mundo   exige   transparencia   en  los  negocios,  en   las finanzas, en lo relacionado con la política y, sobre todo, con los políticos. Pero esa exigencia no  ha  llegado  al  ámbito  de   las  coaliciones. Allí se negocia   en secreto,   a espaldas incluso de posibles socios y, por supuesto, de los propios electores. Se dice que se dijo «digo» donde se debió decir «Diego», se miente, se desmiente, se trapichea…pero se nos sigue pidiendo a los demás que seamos transparentes.

Transparencia sería que todos fuéramos perfectamente informados, con «luz y taquígrafos», de los planes  concretos de todos los intervinientes en las negociaciones. Y si alcanzan el éxito, a qué acuerdos se ha llegado y cuál ha sido el coste en propias concesiones de cada uno. Y cómo se piensan alcanzar esos acuerdos y quiénes y por qué van a ser los encargados de llevarlos a la práctica. Sin  cumplir   estos   requisitos,   pedir  transparencia   a   los  demás   es  un   perfecto ejercicio de cinismo”.