La postverdad: o las mentiras que nos gustan

La postverdad: o las mentiras que nos gustan

Artículo de opinión publicado en el diario Las Provincias el 9 de diciembre de 2018 por Jesús Ballesteros, Catedrático Emérito de Filosofía del Derecho y Filosofía Política de la Universidad de Valencia.

«Aunque pueda parecer un embellecedor del lenguaje para la simple mentira, o la manipulación, la postverdad es un término reciente, que se refiere a una realidad también reciente (el prefijo post alude a su carácter temporal), concretamente a la aceptación social de la mentira, debido a la satisfacción que ella proporciona a un pueblo o un determinado sector del mismo al adular su narcisismo colectivo y culpar de todas sus desgracias a un enemigo fácilmente localizable. Los ejemplos que se citan habitualmente son los del “mundo nos roba”, que habría llevado a Trump a la Casa Blanca, o la “Unión europea nos roba”, que habría permitido el triunfo del Brexit, a los que yo añadiría, en clave más cercana, el de “España nos roba”, en que se apoya el separatismo catalán. Se trata de mentiras fácilmente desmontables.

En el primer caso, resulta especialmente injustificada al estar pronunciada después del 15 de agosto de 1971, en que Nixon decidió incumplir sus compromisos con Bretton Woods de vincular el dólar, elevado a moneda de referencia mundial, al oro (mediante la conversión de cada 35 dólares en una onza de oro), lo que permitió a la reserva federal crear indefinidamente dinero, y vino a colocar al resto del mundo en la situación de deudores respecto a EEUU.

En el segundo caso, es más bien Gran Bretaña, a través de la City, la que ha estado robando especialmente a los países de la Europa del Sur, los que ellos llamaban PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España), al especular con CDS, contra los bonos del Estado de estos países, lo que conducía al aumento de su prima de riesgo, y con ello a la elevación de los intereses, que debían pagar por financiarse. Esta fue una de las causas de la quiebra de Grecia.

En ambos casos debe destacarse la importancia que han tenido empresas monopolísticas de la información, como Google y Facebook en la generación de estas mentiras aceptadas con gusto por pueblos enteros. Resulta muy significativo que  sea el  “me gusta” el término elegido para el click de Facebook. En efecto, la concentración de  poder de estas empresas es la  mayor que se haya dado nunca. Son las empresas que más cotizan en bolsa y acaparan la publicidad de las redes sociales. Su dominio sobre la opinión pública mundial se debe a un doble motivo. La gente las acoge con entusiasmo porque creen en su gratuidad, cuando es bien sabido que el precio que pagamos por su uso es el más elevado: nosotros mismos, nuestra intimidad, nuestros datos. No resulta erróneo afirmar,  como ha hecho  Byung  Chul Han, que vivimos en un totalitarismo blando, que se aprovecha de nuestro consentimiento. Por otro lado, la información que nos proporcionan estas plataformas está sesgada oportunamente para satisfacer nuestra viscerabilidad, nuestros impulsos más irreflexivos e inmotivados mediante algoritmos personalizados según el usuario. Todo ello está produciendo el éxito electoral de posiciones políticas, cada vez más escoradas y radicales, como ya ha ocurrido, no sólo  en Reino Unido y EEUU sino también en países como Hungría, Polonia, Italia, Brasil, etc.

En el caso de Cataluña, la falacia “España nos roba” asumida por los separatistas es igualmente notoria. La absurda ley electoral que tenemos en España ha sobredimensionado la presencia del separatismo en el Parlamento, lo que les ha permitido chantajear indistintamente a los gobiernos en minoría del PP o del PSOE, consiguiendo pingües beneficios en relación con otras comunidades autónomas. Por otro lado, resulta más burda la acusación debido al hecho de que el Partido que ha gobernado más tiempo en Cataluña haya tenido que tapar su constante corrupción y expolio de los bienes públicos, recurriendo al cambio de nombre: de Convergencia al PdeCat y ahora a Crida Nacional per la Republica. En este caso, la responsabilidad no parece tanto de las redes sociales como dela manipulación de TV3  y  de  la educación establecida desde Pujol y secuaces.

¿Qué cabe hacer ante esta gravísima situación? Es necesario combatir las dos causas fundamentales del fenómeno, el emotivismo ético y el narcisismo colectivo, recuperando el valor de la razón, la argumentación y el reconocimiento del otro.

Para restablecer el papel de la razón como medio para conseguir desvelar y respetar la verdad, se deben evitar dos actitudes que han tenido gran presencia en la Modernidad. El reduccionismo, que peca por defecto al considerar determinadas realidades como incompatibles, como Dios y el hombre, el alma y el cuerpo, el individuo y la sociedad, la libertad y la igualdad, el deber y la felicidad, etc. Entre esos reduccionismos, habría que destacar el nacionalismo al considerar incompatible la pertenencia a más de una comunidad, mientras que lo humano, como propone el patriotismo, desde los estoicos, es la pertenencia a un gran número de comunidades que van de la familia a la humanidad, pasando por la ciudad, la región, la nación, las uniones regionales.

El otro inadecuado planteamiento del papel de la razón en la Modernidad ha sido la dialéctica hegeliano-marxista, que peca del error opuesto al reduccionismo, al excederse en el poder de la razón, que no solo superaría contrarios, lo que es muy adecuado, sino también contradictorios, lo que lleva a perder de vista la irreductibidad del bien y de la no violencia, considerando que el mal y la violencia pueden ser utilizados al servicio de aquellas.

Por lo que respecta al reconocimiento del otro como condición para dar valor a la palabra y a los argumentos del otro, es importante partir de la unidad de la persona, de su continuidad y fidelidad en el tiempo. Si como pretende el postestructuralismo y manifiesta nuestra Vicepresidenta del gobierno, “cada uno de nosotros somos varios” que no es posible confundir ni unificar, resultamos difícilmente fiables, ya que nadie sabe quién es el yo que está hablando o actuando en cada momento, y por otro lado, tener que ocuparnos de nuestros varios yoes nos impide atender y respetar a los otros. Para amar al prójimo, como a sí mismo, hay que ser un único sí mismo.»