¡VAMOS A CONTAR MENTIRAS…!

¡VAMOS A CONTAR MENTIRAS…!

Artículo de opinión publicado el 15 de septiembre en el diario Las Provincias por Vicente Escrivá. Abogado. Doctor en Historia.

«Se han cumplido cien años desde que Max Weber publicara su libro La política como vocación (1919). Su relectura estival me ha llevado a reflexionar sobre la actual situación política de nuestro país y como la están gestionando nuestros prebostes representantes. Como aquél escribiera, “hay dos formas de hacer de la política una profesión: o se vive para la política o se vive de la política”. Ambas aseveraciones no tienen por qué ser excluyentes. Lo que sí es deleznable es aparentar lo primero y hacer de ella una fuente duradera de ingresos, sin pretender solucionar los graves e importantes problemas de la nación.

Si hay hoy en España una profesión denigrada por la opinión pública esa es la de político. El barómetro del CIS publicado en el mes de mayo de este año, reflejaba que más del 86% de la población española calificaba la situación política de regular, mala o muy mala. Y tal vez esa baja estima lo sea, entre otras múltiples causas, por la profesionalización en que se ha convertido la actividad de quienes intervienen en los asuntos públicos. La política, entendida como arte destinado a conseguir el bien común de la ciudadanía, se ha convertido en un bazar oriental en el que el trueque y la simulación adquieren protagonismo. No es, sin duda, una singularidad de nuestro país. Pero como vivimos en nuestra querida España, lo que aquí acontece es lo que nos interesa y afecta más directamente. Porque los errores que cometen nuestros políticos son los que empeoran nuestras vidas. Personalmente, no disfruto viendo cómo unos y otros se lanzan toneladas de estiércol convirtiendo la arena pública en un lodazal. Lo que quiero es que no me mientan, ni me tomen por imbécil, ni azucen la confrontación resucitando memorias históricas selectivas o prometiendo en sus programas electorales medidas placebo que ellos saben son de imposible aplicación. Votar no es comprar una aspiradora. Hay valores, convicciones, creencias que deben condicionar nuestra decisión. Existen hechos y verdades. Y la mentira en política conduce al relativismo y al desencanto. Parece que una parte significativa de nuestros políticos se identifican con la afirmación de Schopenhauer: “lo importante no es la verdad, sino la victoria”. Porque la verdad es una práctica virtuosa admirable, pero no es una estrategia con la que se ganan elecciones. Sócrates eligió la verdad y fue ejecutado. En nuestro actual panorama político sobran argumentos erísticos, orientados al único objetivo de alcanzar el poder sin tener en cuenta para nada la verdad. Sobra, igualmente, esa seudología ejercida por una clase dirigente que intenta hacernos creer hechos que realmente no han sucedido, ni van a suceder. Se practica el arte de la duplicidad, diciendo una cosa y pensando otra. Por ello, no debemos inhibirnos frente al sectarismo, tan presente en algunos políticos imbuidos de demagogia –que no es más que una deformación de la verdad–, y que nos dan lecciones de moralina.

La atenuación de la línea divisoria entre verdad y opinión es una de las muchas formas que puede asumir la mentira. Con ello se busca persuadir de que, en el plano de las ideas, las verdades valen lo mismo que las opiniones. Sin embargo, uno no está autorizado a opinar cualquier cosa si al hacerlo falsea la realidad. Hacen falta líderes que actúen con mesura, sin estériles estridencias que les aleje de la realidad, sin convertir las opiniones del adversario en anatemas y reproches descalificadores. Hay que vencer la tentación de falsificar la verdad, de acomodarla según determinados intereses. Siguen siendo plenamente actuales las palabras pronunciadas hace más de 50 años por Pablo VI: “¡Cuántas debilidades, cuánto oportunismo, cuánto conformismo, cuánta vileza!”.

Sin duda hay muchos y buenos políticos, pero la sociedad tiende a juzgar un colectivo de acuerdo con el comportamiento de sus miembros moralmente peores. Tal vez peque uno de ingenuo, pero ¿tan difícil es exigir de aquéllos una ética del dialogo, un fair play sin imposturas ni amagos mendaces, sin ridiculizar las ideas contrarias, sin sembrar mentiras y falsedades, sin reivindicar un pasado mitificado, sin recurrir a la violencia verbal? Resulta cansino, para los que vivimos en este país agitado, esas idas y venidas, esos “ahora te ajunto, ahora no”, esas líneas rojas infranqueables, esos postureos hipócritas.

Tal vez no anduviera descaminada la filósofa Hannah Arendt al aseverar que la verdad y la política nunca se llevaron demasiado bien. Es sorprendente que mientras las ideas de justicia y libertad son en nuestra actual sociedad valores incuestionables en boca de todos, no sucede lo mismo con la verdad. Por estos lares –y ejemplos tenemos–,  la mentira sale gratis.

Es probable que esas falsedades que adornan la acción de muchos de nuestros políticos no sea más que el reflejo de una sociedad española en la que la sinceridad y la veracidad están devaluadas. La mentira ha arraigado en ella. Las redes sociales y la televisión se encargan de diseminar chismes, infundios o filfas de mayor o menor calado. Sería una pena que los ciudadanos nos dejáramos arrastrar por ese vicio, ya que la destrucción sistemática de la verdad causa un gran daño a cualquier sociedad democrática. Con una mentira puede irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver. Un consejo que deberían seguir nuestros dirigentes, muñidores de maniobras orquestales en la oscuridad. Hoy se habla mucho de transparencia que implica claridad, ausencia de ambigüedad. Vista la actuación de nuestros políticos durante estos últimos meses, ¿alguien se atreve a tildar su comportamiento de transparente? No sé qué pensarán ustedes, pero me inclino a opinar que no. Los sufridos ciudadanos nos merecemos algo mejor.»